Inocencia,
película de Alejandro Gil que narra el fusilamiento de los ocho
estudiantes de medicina en 1871, es una de las tres cintas de ficción
cubanas que optan por un coral
Cuando el último crédito atravesó la
enorme pantalla del cine, aún la sala estaba llena y los aplausos del
público acompañaban los acordes finales de la banda sonora. A la salida,
no fue difícil encontrar rostros marcados por las lágrimas.
La dolorosa historia que acabábamos de presenciar fue el mejor homenaje posible a los protagonistas del lamentable suceso que se diera en La Habana de la colonia: Inocencia, la ya popular cinta de Alejandro Gil estrenada en el cine Chaplin el pasado 27 de noviembre.
De entre tantos eventos en la historia patria, Gil escogió precisamente este y el motor impulsor no podía ser otro que el historiador de la ciudad, Eusebio Leal. Él participó de la serie Historia del Arte militar en Cuba, y su pasión al contar los sucesos que 147 años atrás, por un absurdo político, truncaran la vida de los ocho jóvenes aspirantes a médicos impresionó de tal manera a Alejandro que no dejó de perseguir el afán de llevarlos a la gran pantalla.
«Cuando hizo un aparte en 1871 nos dejó a todos con la boca abierta, fue impactante la manera en que abordó ese año», comenta el cineasta. Pero las condiciones del momento, en pleno periodo especial, solo le permitieron realizar un documental en 1992.
Finalmente, en el 2017 su proyecto dejó de ser un anhelo y comenzó el rodaje de Inocencia, una producción –recalca– «de inversión ciento por ciento cubana», auspiciada por el Icaic, el Ministerio de Cultura y la indispensable colaboración de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
–¿Cómo mantener la expectación en una historia cuyo final es conocido?
–Es una película difícil, porque cuando entras a la sala sabes que tus protagonistas van a morir. Había una gran cantidad de información nueva que tiene un andamiaje sólido dentro de la construcción y el análisis de los hechos. Justamente porque hay muchas zonas de silencio, que no se dan en las escuelas, y son las que visten los sucesos, como el intento de rescate de los abakuá. Recuerdo que uno de los actores me decía que cuando estaba leyendo el guion le parecía que se iban a salvar, que al final no iban a morir.
Su vocación periodística le allanó el camino en la investigación que lo llevó a consultar el libro de Leroy Gálvez, las cartas de despedida de los muchachos fusilados y el libro que tantas noches de desvelo costara a Fermín Valdés Domínguez.
–¿Por qué elige la figura de Fermín como hilo conductor de la historia?
–Teníamos la intención también de reivindicar la imagen y memoria de Fermín, un poco al margen, que se ha sostenido solo por ser el amigo del alma de Martí. Es el hombre que simboliza la perseverancia, que se obsesionó por encontrar los cuerpos y lo hizo. Pocos saben que Fermín fue parte de eso, que era del aula y que podía haber muerto.
–¿Qué buscó a la hora de hacer el casting para los ocho protagonistas?
–Primero el nivel de responsabilidad y de sensibilidad que podían tener como actores. Además, que fueran individualmente distintos, pero que grupalmente tuvieran una poética visual única y como grupo una dinámica que dialogara con el público. Les pedimos a los actores que les pusieran su propia personalidad, no hay nada escrito sobre estos ocho muchachos, solo rasgos que salen de la apreciación de otros y de sus cartas de despedida.
De esas cartas precisamente surgió la historia de amor de Lola y Anacleto, uno de los pasajes que más acerca la historia a los espectadores y fundamentalmente a los jóvenes. «La manera de Claudia Tomás de ofrecer ese sentimiento nos llevó a la escena final de la cinta, su agradecimiento a Fermín. Además, Lola representa el amor, la juventud, era el espacio propicio para crear sonrisas».
–¿Cree que Inocencia logre cambiar la percepción que se tiene en el país sobre este hecho y el modo de enseñarlo?
–Ojalá. La intención de la película es hablar desde lo humano, porque esa esencia es la que realmente establece el diálogo con la gente. Necesitamos crear símbolos que puedan ser seguidos desde una perspectiva humana, sin tanto cliché y solemnidad que ensombrecen el pensamiento y lo hacen estático. Sería bueno que impulse cambios en la manera de estudiar la historia, que cualquier mirada hacia atrás tenga la responsabilidad de mostrar todas sus aristas y sus cualidades humanas, porque la historia está hecha por seres humanos.
–El estreno fue a sala llena y los aplausos se extendieron más de lo habitual, ¿se lo esperaba?
–No, eso no lo espera nadie. Que la gente se haya quedado hasta el último crédito, para mí, ya es el premio. Es lo mejor que le puede pasar a alguien al mostrar por primera vez su película, que la gente se haya emocionado. Si lo que ocurrió el 27 se repite con ese nivel de aceptación espontánea del público, si responde así, creo que hemos hecho la película con la utilidad que queríamos.
–Del filme, Eusebio Leal dijo que «es el más profundo acercamiento a la verdad que jamás se ha llevado a una obra de arte», ¿qué significa viniendo de él?
–Es un regalo.
La dolorosa historia que acabábamos de presenciar fue el mejor homenaje posible a los protagonistas del lamentable suceso que se diera en La Habana de la colonia: Inocencia, la ya popular cinta de Alejandro Gil estrenada en el cine Chaplin el pasado 27 de noviembre.
De entre tantos eventos en la historia patria, Gil escogió precisamente este y el motor impulsor no podía ser otro que el historiador de la ciudad, Eusebio Leal. Él participó de la serie Historia del Arte militar en Cuba, y su pasión al contar los sucesos que 147 años atrás, por un absurdo político, truncaran la vida de los ocho jóvenes aspirantes a médicos impresionó de tal manera a Alejandro que no dejó de perseguir el afán de llevarlos a la gran pantalla.
«Cuando hizo un aparte en 1871 nos dejó a todos con la boca abierta, fue impactante la manera en que abordó ese año», comenta el cineasta. Pero las condiciones del momento, en pleno periodo especial, solo le permitieron realizar un documental en 1992.
Finalmente, en el 2017 su proyecto dejó de ser un anhelo y comenzó el rodaje de Inocencia, una producción –recalca– «de inversión ciento por ciento cubana», auspiciada por el Icaic, el Ministerio de Cultura y la indispensable colaboración de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
–¿Cómo mantener la expectación en una historia cuyo final es conocido?
–Es una película difícil, porque cuando entras a la sala sabes que tus protagonistas van a morir. Había una gran cantidad de información nueva que tiene un andamiaje sólido dentro de la construcción y el análisis de los hechos. Justamente porque hay muchas zonas de silencio, que no se dan en las escuelas, y son las que visten los sucesos, como el intento de rescate de los abakuá. Recuerdo que uno de los actores me decía que cuando estaba leyendo el guion le parecía que se iban a salvar, que al final no iban a morir.
Su vocación periodística le allanó el camino en la investigación que lo llevó a consultar el libro de Leroy Gálvez, las cartas de despedida de los muchachos fusilados y el libro que tantas noches de desvelo costara a Fermín Valdés Domínguez.
–¿Por qué elige la figura de Fermín como hilo conductor de la historia?
–Teníamos la intención también de reivindicar la imagen y memoria de Fermín, un poco al margen, que se ha sostenido solo por ser el amigo del alma de Martí. Es el hombre que simboliza la perseverancia, que se obsesionó por encontrar los cuerpos y lo hizo. Pocos saben que Fermín fue parte de eso, que era del aula y que podía haber muerto.
–¿Qué buscó a la hora de hacer el casting para los ocho protagonistas?
–Primero el nivel de responsabilidad y de sensibilidad que podían tener como actores. Además, que fueran individualmente distintos, pero que grupalmente tuvieran una poética visual única y como grupo una dinámica que dialogara con el público. Les pedimos a los actores que les pusieran su propia personalidad, no hay nada escrito sobre estos ocho muchachos, solo rasgos que salen de la apreciación de otros y de sus cartas de despedida.
De esas cartas precisamente surgió la historia de amor de Lola y Anacleto, uno de los pasajes que más acerca la historia a los espectadores y fundamentalmente a los jóvenes. «La manera de Claudia Tomás de ofrecer ese sentimiento nos llevó a la escena final de la cinta, su agradecimiento a Fermín. Además, Lola representa el amor, la juventud, era el espacio propicio para crear sonrisas».
–¿Cree que Inocencia logre cambiar la percepción que se tiene en el país sobre este hecho y el modo de enseñarlo?
–Ojalá. La intención de la película es hablar desde lo humano, porque esa esencia es la que realmente establece el diálogo con la gente. Necesitamos crear símbolos que puedan ser seguidos desde una perspectiva humana, sin tanto cliché y solemnidad que ensombrecen el pensamiento y lo hacen estático. Sería bueno que impulse cambios en la manera de estudiar la historia, que cualquier mirada hacia atrás tenga la responsabilidad de mostrar todas sus aristas y sus cualidades humanas, porque la historia está hecha por seres humanos.
–El estreno fue a sala llena y los aplausos se extendieron más de lo habitual, ¿se lo esperaba?
–No, eso no lo espera nadie. Que la gente se haya quedado hasta el último crédito, para mí, ya es el premio. Es lo mejor que le puede pasar a alguien al mostrar por primera vez su película, que la gente se haya emocionado. Si lo que ocurrió el 27 se repite con ese nivel de aceptación espontánea del público, si responde así, creo que hemos hecho la película con la utilidad que queríamos.
–Del filme, Eusebio Leal dijo que «es el más profundo acercamiento a la verdad que jamás se ha llevado a una obra de arte», ¿qué significa viniendo de él?
–Es un regalo.
TOMADO DE GRANMA
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