Padre
espiritual del hoy mundialmente conocido Festival Internacional Jazz
Plaza, cuya edición 33 tendrá lugar en La Habana y Santiago de Cuba,
entre el 16 y el 21 de enero de este año, Bobby Carcassés es –sin lugar a
dudas– uno de los artistas imprescindibles a la hora de abordar la
historia del jazz en la Isla
Padre espiritual del hoy mundialmente conocido Festival Internacional
Jazz Plaza, cuya edición 33 tendrá lugar en La Habana y Santiago de
Cuba, entre el 16 y el 21 de enero de este año, Bobby Carcassés es –sin
lugar a dudas– uno de los artistas imprescindibles a la hora de abordar
la historia del jazz en la Isla.
Premio Nacional de Música, este «hombre-leyenda, hombre-jazz de Cuba», tiene el don de atrapar con su voz y su actuación, tanto a espectadores nacionales como extranjeros. Bobby deja una huella, un halo de luz que encandila nuestros ojos en todo lo que asume con gran dosis de talento y profesionalidad. Llámese la música, el canto, la actuación o la pintura.
A un pedido de Granma, el maestro accedió a concedernos esta entrevista que quisiéramos sirviera de preámbulo a tan importante evento que organizan el Centro Nacional de Música Popular, el Instituto Cubano de la Música y la AHS.
–Su nombre es Roberto Arturo Carcassés Cuza. ¿Quién le puso Bobby Carcassés?
–Nací en Kingston, Jamaica, el 29 de agosto de 1938, porque mi abuelo, mambí, fue el cónsul general de Cuba allí desde 1936. Era una colonia inglesa, por lo que a los Roberto les decían Bobby o Robert. Llegué a Cuba a los cuatro años de edad hablando más inglés que español.
–¿Qué es el jazz para usted, cuándo tuvo su primer acercamiento al género y por qué lo prefirió entre tantos otros?
–El jazz, más que un ritmo o un género musical es una filosofía, la de la libertad. El swing, su energía vital y la improvisación, lanzan al jazzman al espacio, vuela libre por los arcanos de la creación, y, cargado de amor a esa filosofía, entrega luz al que escucha y participa de manera activa en ese raptus mágico, ese momento milagroso de la improvisación. El jazz y yo nos encontramos en 1956 a través de un gran músico, Armando Sequeira Romeu, el cual me develó los misterios del swing y las maravillas rítmicas, armónicas y melódicas de esos temas.
«Comprendí, luego de tantos años, que el jazz verdaderamente nació en África, desde el momento en que los negros fueron convertidos en esclavos y obligados a abandonar a la fuerza su cultura, familia y costumbres, pero impusieron al final su genio musical a través del ragtime, los góspels, espirituals, y los blues, donde volcaban sus sentimientos, tristezas y eventuales alegrías, siendo los verdaderos creadores, a través de toda esa historia, de esa maravilla llamada jazz».
–¿Cómo y cuándo surgió la idea de hacer el Festival de Jazz Plaza?
–Me llamó Bárbara Castillo, responsable de eventos de la Casa de Cultura de Plaza, para que liderara unos jamsessions (descargas) semanales, cosa que acepté enseguida convirtiéndose estos en un verdadero suceso por la participación de grandes músicos cubanos. Debido a esto se me ocurrió llevar a efecto un festival nacional.
«Comenzamos el 14 de febrero (día de los enamorados) de 1980, precisamente por el vínculo que tiene el jazz con el amor».
–¿Cuándo tuvo carácter nacional e internacional? ¿Está de acuerdo con la decisión de hacer el festival Internacional Jazz Plaza 2018 en enero o cree positivo volverlo a su fecha original?
–Comenzamos oficialmente el 14 de febrero. Así estuvimos tres años de forma nacional, hasta 1984 en que apareció la gran pianista y cantante brasilera Tania María y otros músicos checos y norteamericanos. Este año va a celebrarse en enero del 16 al 21, pero la pretensión es volver a ubicarlo en la fecha iniciática, cosa que considero muy acertada.
Volverlo a su fecha original sería un verdadero atino porque regresaría a su punto de partida, y esa fecha tenía una razón lógica.
–Tantos años después, ¿qué recuerdos le trae el Festival de Jazz?
–Los recuerdos más hermosos son precisamente los de la primera etapa, cuando era nacional y no teníamos otra pretensión que divertir y dar amor con sencillez, a través del jazz cubano a nuestro público de a pie y totalmente gratis.
Los momentos no gratos empezaron cuando el festival perdió la humildad y sencillez y se convirtió, simplemente, en otra cosa. A pesar de todo, me he mantenido siempre participando, apuntalándolo, y presente siempre, cuidándolo con afecto y cariño, como padre, en definitiva, de la criatura.
–¿Cómo ve el nivel del jazz cubano con relación al mundo?
–Es nuestra persistencia la que nos mantiene al más alto nivel, hasta el punto de habernos sido conferida la sede, en abril del pasado 2017, del Día Internacional del Jazz, en La Habana. Un acontecimiento trascendental.
«El festival para los jóvenes Jojazz asegura, a través de nuestras escuelas de arte (importante logro de nuestra Revolución), un nivel internacional de altísima calidad.
«El jazz en Cuba nació en el mismo momento en que surgió en New Orleans hace más de un siglo, y la presencia cubana en aquel momento histórico se manifestaba a través de geniales músicos como el trompetista cubano Manuel Pérez y otros. Hoy sigue igual de sólido, y a pesar de momentos de grandes conflictos con EE.UU., el jazz no ha dejado de fluir en ambas direcciones.
No obstante, hace años que vengo planteando la necesidad de una federación de jazz que garantice una organización máxima, como existe en otros países.
–¿La composición, qué lugar ocupa en su vida, y la pintura?
–Yo nací cantando. Soy el showman de Cuba, me formé definitivamente en el Teatro Musical con el gran comediante mexicano Alfonso Arau, Leo Brower, Tony Taño, Federico Smith, y otros grandes maestros. Toco varios instrumentos complementarios a mi trabajo, pinto y dibujo desde niño, expongo en galerías nacionales y foráneas, compongo de todo un poco, soy arreglista (orquestador), escribo, me van a publicar mi primer libro, Jazz en el Maxim, en la editorial Caserón de Santiago de Cuba. Y luego de 62 años de trabajo, sigo entregando mi arte con el mismo entusiasmo y amor a Cuba y al mundo.
–Algún consejo a los jóvenes jazzistas de hoy, a partir de su experiencia.
–Siempre me he sentido cómodo y feliz en escena, haciendo lo que sé hacer, y como cubano, orgulloso de pertenecer a la tierra más hermosa que ojos humanos vieran. Mi mejor consejo es trabajar sin descanso, superarse física y espiritualmente, para brindar lo mejor del arte a quien escucha, observa y aprecia nuestra obra.
Premio Nacional de Música, este «hombre-leyenda, hombre-jazz de Cuba», tiene el don de atrapar con su voz y su actuación, tanto a espectadores nacionales como extranjeros. Bobby deja una huella, un halo de luz que encandila nuestros ojos en todo lo que asume con gran dosis de talento y profesionalidad. Llámese la música, el canto, la actuación o la pintura.
A un pedido de Granma, el maestro accedió a concedernos esta entrevista que quisiéramos sirviera de preámbulo a tan importante evento que organizan el Centro Nacional de Música Popular, el Instituto Cubano de la Música y la AHS.
–Su nombre es Roberto Arturo Carcassés Cuza. ¿Quién le puso Bobby Carcassés?
–Nací en Kingston, Jamaica, el 29 de agosto de 1938, porque mi abuelo, mambí, fue el cónsul general de Cuba allí desde 1936. Era una colonia inglesa, por lo que a los Roberto les decían Bobby o Robert. Llegué a Cuba a los cuatro años de edad hablando más inglés que español.
–¿Qué es el jazz para usted, cuándo tuvo su primer acercamiento al género y por qué lo prefirió entre tantos otros?
–El jazz, más que un ritmo o un género musical es una filosofía, la de la libertad. El swing, su energía vital y la improvisación, lanzan al jazzman al espacio, vuela libre por los arcanos de la creación, y, cargado de amor a esa filosofía, entrega luz al que escucha y participa de manera activa en ese raptus mágico, ese momento milagroso de la improvisación. El jazz y yo nos encontramos en 1956 a través de un gran músico, Armando Sequeira Romeu, el cual me develó los misterios del swing y las maravillas rítmicas, armónicas y melódicas de esos temas.
«Comprendí, luego de tantos años, que el jazz verdaderamente nació en África, desde el momento en que los negros fueron convertidos en esclavos y obligados a abandonar a la fuerza su cultura, familia y costumbres, pero impusieron al final su genio musical a través del ragtime, los góspels, espirituals, y los blues, donde volcaban sus sentimientos, tristezas y eventuales alegrías, siendo los verdaderos creadores, a través de toda esa historia, de esa maravilla llamada jazz».
–¿Cómo y cuándo surgió la idea de hacer el Festival de Jazz Plaza?
–Me llamó Bárbara Castillo, responsable de eventos de la Casa de Cultura de Plaza, para que liderara unos jamsessions (descargas) semanales, cosa que acepté enseguida convirtiéndose estos en un verdadero suceso por la participación de grandes músicos cubanos. Debido a esto se me ocurrió llevar a efecto un festival nacional.
«Comenzamos el 14 de febrero (día de los enamorados) de 1980, precisamente por el vínculo que tiene el jazz con el amor».
–¿Cuándo tuvo carácter nacional e internacional? ¿Está de acuerdo con la decisión de hacer el festival Internacional Jazz Plaza 2018 en enero o cree positivo volverlo a su fecha original?
–Comenzamos oficialmente el 14 de febrero. Así estuvimos tres años de forma nacional, hasta 1984 en que apareció la gran pianista y cantante brasilera Tania María y otros músicos checos y norteamericanos. Este año va a celebrarse en enero del 16 al 21, pero la pretensión es volver a ubicarlo en la fecha iniciática, cosa que considero muy acertada.
Volverlo a su fecha original sería un verdadero atino porque regresaría a su punto de partida, y esa fecha tenía una razón lógica.
–Tantos años después, ¿qué recuerdos le trae el Festival de Jazz?
–Los recuerdos más hermosos son precisamente los de la primera etapa, cuando era nacional y no teníamos otra pretensión que divertir y dar amor con sencillez, a través del jazz cubano a nuestro público de a pie y totalmente gratis.
Los momentos no gratos empezaron cuando el festival perdió la humildad y sencillez y se convirtió, simplemente, en otra cosa. A pesar de todo, me he mantenido siempre participando, apuntalándolo, y presente siempre, cuidándolo con afecto y cariño, como padre, en definitiva, de la criatura.
–¿Cómo ve el nivel del jazz cubano con relación al mundo?
–Es nuestra persistencia la que nos mantiene al más alto nivel, hasta el punto de habernos sido conferida la sede, en abril del pasado 2017, del Día Internacional del Jazz, en La Habana. Un acontecimiento trascendental.
«El festival para los jóvenes Jojazz asegura, a través de nuestras escuelas de arte (importante logro de nuestra Revolución), un nivel internacional de altísima calidad.
«El jazz en Cuba nació en el mismo momento en que surgió en New Orleans hace más de un siglo, y la presencia cubana en aquel momento histórico se manifestaba a través de geniales músicos como el trompetista cubano Manuel Pérez y otros. Hoy sigue igual de sólido, y a pesar de momentos de grandes conflictos con EE.UU., el jazz no ha dejado de fluir en ambas direcciones.
No obstante, hace años que vengo planteando la necesidad de una federación de jazz que garantice una organización máxima, como existe en otros países.
–¿La composición, qué lugar ocupa en su vida, y la pintura?
–Yo nací cantando. Soy el showman de Cuba, me formé definitivamente en el Teatro Musical con el gran comediante mexicano Alfonso Arau, Leo Brower, Tony Taño, Federico Smith, y otros grandes maestros. Toco varios instrumentos complementarios a mi trabajo, pinto y dibujo desde niño, expongo en galerías nacionales y foráneas, compongo de todo un poco, soy arreglista (orquestador), escribo, me van a publicar mi primer libro, Jazz en el Maxim, en la editorial Caserón de Santiago de Cuba. Y luego de 62 años de trabajo, sigo entregando mi arte con el mismo entusiasmo y amor a Cuba y al mundo.
–Algún consejo a los jóvenes jazzistas de hoy, a partir de su experiencia.
–Siempre me he sentido cómodo y feliz en escena, haciendo lo que sé hacer, y como cubano, orgulloso de pertenecer a la tierra más hermosa que ojos humanos vieran. Mi mejor consejo es trabajar sin descanso, superarse física y espiritualmente, para brindar lo mejor del arte a quien escucha, observa y aprecia nuestra obra.
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