Este
año se cumple el décimo aniversario del fallecimiento de este artista
muy querido y admirado por trovadores de todas las generaciones
Si uno pronuncia el nombre de Luis Hernández en el mundo de la trova
cubana, casi nadie lo reconocerá, pero si habla de El Plátano, así, a
secas, todos descubrirán al infatigable fotógrafo que durante más de
cuatro décadas inmortalizó los rostros más célebres de la canción y de
los jóvenes trovadores que comenzaban a defender la herencia de esta
manifestación cultural.
Este año se cumple el décimo aniversario del fallecimiento de este artista muy querido y admirado por trovadores de todas las generaciones, que convirtió su voluntad de dejar testimonio de la trova cubana en su razón de ser. De ahí que cuando nos abandonó definitivamente muchos juglares lo acompañaron hasta la necrópolis de Colón para despedirlo, no podía ser de otra manera, con canciones y poemas cuyo significado él podía entender como nadie. El Plátano estuvo en los mismos inicios del movimiento de La Nueva Trova, dio fe de sus momentos cardinales y retrató a Silvio, Pablo y Noel Nicola, entre otros tantos jóvenes trovadores que llegaban, en esa época, con unas ganas indomables de cambiar el mundo.
Ahí están, por ejemplo, sus fotos de los conciertos que ofrecieron los iniciadores de la Nueva Trova en Casa de las Américas y en otros espacios en los que se refugiaban estos músicos destinados, por diversos motivos, a la trascendencia.
El momento iniciático había quedado atrás, pero el joven fotógrafo se afianzaba en una laboriosa trayectoria y se convirtió en otro de los protagonistas de esta escena en el país. Tanto que un concierto de la trova no estaba completo si él no estaba por ahí, tirado en el suelo o en algún rincón con su vieja cámara Zenit, congelando aquel instante cercano de comunión entre el trovador y el público, entre el trovador y su conciencia, entre el trovador y el verdadero sentimiento de un país.
El Plátano nunca alcanzó a mayor escala el reconocimiento que merecía, pero sí contó con el aprecio de los juglares y el apoyo de instituciones como el Centro Pablo de la Torriente Brau, un sitio que de alguna forma pasó a ser su segunda casa. Allí inauguró exposiciones, le dedicaron homenajes, canciones, y sintió que finalmente tanta entrega y compromiso habían valido la pena.
De su vida y su espíritu bohemio y trasnochador los trovadores que lo conocieron guardan sus propias anécdotas, pero las nuevas generaciones tendrán que hurgar a fondo y descubrir la verdad que encierra la trova por sí mismos y para ello, deben saberlo, siempre dispondrán de esa antología fotográfica con la que El Plátano contó su historia y la historia íntima de un país.
Tomado de Granma.
Este año se cumple el décimo aniversario del fallecimiento de este artista muy querido y admirado por trovadores de todas las generaciones, que convirtió su voluntad de dejar testimonio de la trova cubana en su razón de ser. De ahí que cuando nos abandonó definitivamente muchos juglares lo acompañaron hasta la necrópolis de Colón para despedirlo, no podía ser de otra manera, con canciones y poemas cuyo significado él podía entender como nadie. El Plátano estuvo en los mismos inicios del movimiento de La Nueva Trova, dio fe de sus momentos cardinales y retrató a Silvio, Pablo y Noel Nicola, entre otros tantos jóvenes trovadores que llegaban, en esa época, con unas ganas indomables de cambiar el mundo.
Ahí están, por ejemplo, sus fotos de los conciertos que ofrecieron los iniciadores de la Nueva Trova en Casa de las Américas y en otros espacios en los que se refugiaban estos músicos destinados, por diversos motivos, a la trascendencia.
El momento iniciático había quedado atrás, pero el joven fotógrafo se afianzaba en una laboriosa trayectoria y se convirtió en otro de los protagonistas de esta escena en el país. Tanto que un concierto de la trova no estaba completo si él no estaba por ahí, tirado en el suelo o en algún rincón con su vieja cámara Zenit, congelando aquel instante cercano de comunión entre el trovador y el público, entre el trovador y su conciencia, entre el trovador y el verdadero sentimiento de un país.
El Plátano nunca alcanzó a mayor escala el reconocimiento que merecía, pero sí contó con el aprecio de los juglares y el apoyo de instituciones como el Centro Pablo de la Torriente Brau, un sitio que de alguna forma pasó a ser su segunda casa. Allí inauguró exposiciones, le dedicaron homenajes, canciones, y sintió que finalmente tanta entrega y compromiso habían valido la pena.
De su vida y su espíritu bohemio y trasnochador los trovadores que lo conocieron guardan sus propias anécdotas, pero las nuevas generaciones tendrán que hurgar a fondo y descubrir la verdad que encierra la trova por sí mismos y para ello, deben saberlo, siempre dispondrán de esa antología fotográfica con la que El Plátano contó su historia y la historia íntima de un país.
Tomado de Granma.
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