«Isla mía… Eres, a un tiempo mismo, sencilla y
altiva como Hatuey; ardiente y casta como Guarina. Eres deleitosa como
la fruta de tus árboles, como la palabra de tu Apóstol». Así escribe
Dulce María Loynaz su canto obstinado y hermoso al suelo que la vio
nacer. La conocí ya nonagenaria, en su casona del Vedado… y nunca más he
podido irme de allí.
Fue mi madre quien me enseñó a amar la poesía, la lectura y los libros. Me enseñó a amar a Cuba. No puedo pensar en una sin pensar en la otra. Era maestra, que es la palabra más hermosa del mundo. Cuando la evoco, todo se ilumina.
Otra de sus pasiones era el deporte. Ella también remataba y corría desde la pequeña pantalla. Si pudiera, estaría pendiente de cada canasta, cada jonrón, cada paletada de los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se avecinan en este 2018 en Barranquilla. Hinchaba por Cuba siempre, hasta el último minuto, sin importar si todo parecía estar en contra.
La pasión por Cuba también tiene las manos de mi padre, sus manos en la tierra. Tiene de subir y bajar las calles empinadas de mi natal Santiago, de aquella flor que dejé una tarde en el Callejón del Muro, allí donde cayó Frank casi tan niño como yo.
Por supuesto, el tributo va más allá de la flor. La patria es entrega y no rito simulador. Se ha de llevar en los huesos más que en la garganta. La historia necesita dialogar con el presente, saberlo hacer. Esos lazos nos salvan.
Historia es también la patria de cada día, la que escribe un pueblo entero desde sus trabajos, sus angustias y sus anhelos a lo largo del archipiélago, y cuya satisfacción pasa por muchos asuntos pendientes. Cada comienzo de año es una oportunidad para detenernos en nuestros fulgores y desaguisados.
Ojalá con el inicio de este año venga también el destierro de tanto cartel justificativo, de tantas puertas cerradas, de tantos lugares que se excusan por no cumplir el horario y la función para los que fueron creados. Y sea un período dichoso, en que emerjan medidas prácticas contra las indisciplinas sociales, metástasis que corroe el cuerpo de nuestra sociedad.
Que este albor nos anuncie un año enfocado en arrinconar la tenaz burocracia de tantas instituciones y nos devuelva mecanismos efectivos para brindar respuestas a la población, lejos del maltrato, la insensibilidad, la demora. No creo estar pidiendo milagros. ¿O acaso ya nos hemos rendido?
«Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad», escribió el genio de Paula. En ese pensamiento ha de abrasarse nuestra prensa como conciencia pública de esta sociedad. Podrán aparecer circunstancias complejas, mas resulta su deber inexcusable. Martí es el fuego que nos ilumina el camino.
Cuba, 2018, enero. Tiempo de celebraciones, de recorrido, de atisbar horizontes. Tiempo de volver al canto obstinado y hermoso de Dulce María Loynaz: «Isla mía… tú te ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café; pero no te vendes a nadie… Isla fragante, flor de islas: tenme siempre, náceme siempre».
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE
Fue mi madre quien me enseñó a amar la poesía, la lectura y los libros. Me enseñó a amar a Cuba. No puedo pensar en una sin pensar en la otra. Era maestra, que es la palabra más hermosa del mundo. Cuando la evoco, todo se ilumina.
Otra de sus pasiones era el deporte. Ella también remataba y corría desde la pequeña pantalla. Si pudiera, estaría pendiente de cada canasta, cada jonrón, cada paletada de los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se avecinan en este 2018 en Barranquilla. Hinchaba por Cuba siempre, hasta el último minuto, sin importar si todo parecía estar en contra.
La pasión por Cuba también tiene las manos de mi padre, sus manos en la tierra. Tiene de subir y bajar las calles empinadas de mi natal Santiago, de aquella flor que dejé una tarde en el Callejón del Muro, allí donde cayó Frank casi tan niño como yo.
Por supuesto, el tributo va más allá de la flor. La patria es entrega y no rito simulador. Se ha de llevar en los huesos más que en la garganta. La historia necesita dialogar con el presente, saberlo hacer. Esos lazos nos salvan.
Historia es también la patria de cada día, la que escribe un pueblo entero desde sus trabajos, sus angustias y sus anhelos a lo largo del archipiélago, y cuya satisfacción pasa por muchos asuntos pendientes. Cada comienzo de año es una oportunidad para detenernos en nuestros fulgores y desaguisados.
Ojalá con el inicio de este año venga también el destierro de tanto cartel justificativo, de tantas puertas cerradas, de tantos lugares que se excusan por no cumplir el horario y la función para los que fueron creados. Y sea un período dichoso, en que emerjan medidas prácticas contra las indisciplinas sociales, metástasis que corroe el cuerpo de nuestra sociedad.
Que este albor nos anuncie un año enfocado en arrinconar la tenaz burocracia de tantas instituciones y nos devuelva mecanismos efectivos para brindar respuestas a la población, lejos del maltrato, la insensibilidad, la demora. No creo estar pidiendo milagros. ¿O acaso ya nos hemos rendido?
«Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad», escribió el genio de Paula. En ese pensamiento ha de abrasarse nuestra prensa como conciencia pública de esta sociedad. Podrán aparecer circunstancias complejas, mas resulta su deber inexcusable. Martí es el fuego que nos ilumina el camino.
Cuba, 2018, enero. Tiempo de celebraciones, de recorrido, de atisbar horizontes. Tiempo de volver al canto obstinado y hermoso de Dulce María Loynaz: «Isla mía… tú te ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café; pero no te vendes a nadie… Isla fragante, flor de islas: tenme siempre, náceme siempre».
TOMADO DE JUVENTUD REBELDE
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