Por Corina Mestre
Hace unos años escuché a Luis Carbonell decir
que Maestro «era una categoría que otorgaba el pueblo». Y aún la razón
le asiste a aquel hombre al que varias generaciones califican así. No me
refiero, como tampoco lo hacía él, a una corriente, o a una fuerza que
se desata, pero que, sin embargo, no alcanza nunca a manifestar
auténtica potencia creadora. Estoy, más bien, hablando de lo contrario.
Cuando digo Pueblo, lo hago reconociendo en esa palabra lo que de creadores tenemos los seres humanos, lo que de auténticamente revolucionario poseemos como prenda de origen, como sello de identidad; porque solo en esa multitud de fuerza y poesía se podría entender la historia de esta Isla nuestra, en la que ha emergido una verdadera epopeya civilizatoria, ya que ese es el carácter de la Revolución Cubana, una y única, que se ha encarnado de modo cada vez más definitivo, desde el siglo XIX hasta este instante, dando lugar a una comunidad consciente de su lugar y su papel, capaz de hacer, cada vez, lo que tiene que hacer, de modo que podamos vivir más libres, es decir, más dueños de nuestra capacidad y potencia, para construirnos un rostro, un perfil definitivo dentro de la familia humana.
Para esa obra, que está haciéndose, han tenido que pasar los tiempos y los hombres, y en ellos manifestarse voces que sintetizan el sentir y el hacer de muchos; ¿qué son si no los padres fundadores de la Patria, qué son si no Varela, Martí o Fidel? Ellos son las lenguas llameantes de todos, la dignidad en el saber de todos, del Pueblo, que habla en ellos, o que en ellos alcanza sus cimas, o que de ellos aprende en esa suerte de pedagogía de la sangre y del ejemplo, de modo que al abrir nuevas sendas, los otros las puedan asumir como propias. Bajo las piedras está el suelo y la savia de las multitudes.
Si este país quiere seguir siendo lo que es, o lo que quiere ser, o lo que es posible que sea, debe continuar escuchando las voces más altas y también los silencios que a ellas les sostienen, como a las rocas el polvo.
Quiero pensar que al llamar Maestros de Juventudes a este grupo de creadores, y a los que en el nombramiento nos antecedieron, se ha escuchado la voz de aquellos que siempre la han tenido, solo que prefieren el canto coral.
En nombre de los homenajeados, agradezco está invitación a seguir en compañía de los sabios, los virtuosos, de los más humildes cantores que han entonado y entonan la vigorosa polifonía de la tierra cubana.
*Palabras pronunciadas en nombre de los agasajados de este año con el Premio Maestro de Juventudes, que confiere la Asociación Hermanos Saíz.
Cuando digo Pueblo, lo hago reconociendo en esa palabra lo que de creadores tenemos los seres humanos, lo que de auténticamente revolucionario poseemos como prenda de origen, como sello de identidad; porque solo en esa multitud de fuerza y poesía se podría entender la historia de esta Isla nuestra, en la que ha emergido una verdadera epopeya civilizatoria, ya que ese es el carácter de la Revolución Cubana, una y única, que se ha encarnado de modo cada vez más definitivo, desde el siglo XIX hasta este instante, dando lugar a una comunidad consciente de su lugar y su papel, capaz de hacer, cada vez, lo que tiene que hacer, de modo que podamos vivir más libres, es decir, más dueños de nuestra capacidad y potencia, para construirnos un rostro, un perfil definitivo dentro de la familia humana.
Para esa obra, que está haciéndose, han tenido que pasar los tiempos y los hombres, y en ellos manifestarse voces que sintetizan el sentir y el hacer de muchos; ¿qué son si no los padres fundadores de la Patria, qué son si no Varela, Martí o Fidel? Ellos son las lenguas llameantes de todos, la dignidad en el saber de todos, del Pueblo, que habla en ellos, o que en ellos alcanza sus cimas, o que de ellos aprende en esa suerte de pedagogía de la sangre y del ejemplo, de modo que al abrir nuevas sendas, los otros las puedan asumir como propias. Bajo las piedras está el suelo y la savia de las multitudes.
Si este país quiere seguir siendo lo que es, o lo que quiere ser, o lo que es posible que sea, debe continuar escuchando las voces más altas y también los silencios que a ellas les sostienen, como a las rocas el polvo.
Quiero pensar que al llamar Maestros de Juventudes a este grupo de creadores, y a los que en el nombramiento nos antecedieron, se ha escuchado la voz de aquellos que siempre la han tenido, solo que prefieren el canto coral.
En nombre de los homenajeados, agradezco está invitación a seguir en compañía de los sabios, los virtuosos, de los más humildes cantores que han entonado y entonan la vigorosa polifonía de la tierra cubana.
*Palabras pronunciadas en nombre de los agasajados de este año con el Premio Maestro de Juventudes, que confiere la Asociación Hermanos Saíz.
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