lunes, 22 de febrero de 2016

Cumpleaños infantiles, alfombra roja para los adultos







Ya no es como antes. Incluso hasta semánticamente parecen haberse enriquecido las acepciones, tan inverosímiles y por momentos, sórdidas. Ahora un cumpleaños infantil —y me refiero sobre todo del primer añito a los cinco— deviene todo un evento social de altos calibres, catalizador de energías familiares y devorador de ahorros de años, que sienten romper de cuajo los sacrificios almacenados de a poco, ante el golpe anticipado de una alcancía rota.


Ahora los tradicionales “pica-cakes” —que si bien por suerte, nostalgia u obligación distan mucho de desaparecer ante los in­costeables presupuestos de los modernos cumples— han cedido popularidad frente a las estruendosas celebraciones modernas. A las piñatas de cajitas de cartón reciclado las arrollaron las de Barbies, Sofía, Rayo McQueen, Mickey & Co., Kitty…
Y la moda o el modismo de lo chic, llegado de Afuera, ha detonado en un florecimiento de este segmento del mercado nacional: piñateras, arrendadores de espacios y de parques inflables, muñecones (preferiblemente de Disney y con honorarios que no bajan de los 15 CUC, a menos que contrates a buena parte de los personajes de la filmografía)… Hasta le han puesto las cosas más fáciles a los padres con la efervescencia de los organizadores de eventos, que ofertan paquetes increíbles, no lo dudo, pero casi por regla, impagables para la gran mayoría trabajadora.
Otra diferencia notable es la tendencia actual de que sea el homenajeado —y como hablamos de niños, les toca en realidad a sus padres— quien obsequie regalos a sus invitados. ¡De verdad que los tiempos cambian! En las versiones más chic, digo.
Lo más triste, en cambio, no es el análisis financiero ni el desgarramiento automático de bolsillos, lo es —eso sí— la incertidumbre sobre si el niño o la niña, a tan corta edad, se divierte o se aturde, aun cuando muestre algunos síntomas humanamente perceptibles. Es que después de tanto esfuerzo, uno —en su posición de padre— prefiere convencerse de que sin duda la pasó en grande. Y así justificamos los excesos que en los restantes 364 días del año no nos podemos permitir.
Por si el mosaico de festividades estuviera incompleto, dicen buenos oídos que ya el boom de la farándula de los cumples infantiles diseñados para niñas está en una dupla capaz de dejar paranoicos a los más sosegados: la de los miniquince (a los cinco años) y prequince (a los diez), que obviamente sellan con broche de oro en la pomposa fiesta de los QUINCE.
Pero lo nocivo no lo veo en el modo en que cada familia decida homenajear a sus infantes, está en imponérselos. Todo padre desea, sin duda, lo mejor para su hijo, la clave radica en tratar de entender cuál es la percepción que ellos tienen de “lo mejor” en esta fase primigenia de la vida. Y al decirlo, también me siento responsable de haber pensado en algún momento, no como mi hija, con la inocencia de sus escasos añitos, sino como adulta.
Con el paso del almanaque, la memoria va borrando lo fastuoso de un momento, archiva las esencias. Y lo esencial entonces no son las veces que el pequeño se cambie de ropa costosa en su fiesta, los pisos del cake, la caterva de globos, la dimensión de la piñata, la concurrencia de animadores profesionales (payasos, ma­gos, muñecones) ni los novedosos formatos contemporáneos para la memoria fotográfica y audiovisual de ese día. Sobre todo porque dicen los médicos que cuando crecemos no recordamos nada anterior a los tres años.

Da igual que usted celebre con lo que tiene a mano, sin necesidad de empeñarse con los vecinos por el dinero que todavía no ha ganado; trate solo de que su chiquitín la pase bien y no le siembre en el hipotálamo los formalismos excesivos ni el consumismo importado. Apele a la creatividad y, si puede, involúcrelo también de su mismo cumpleaños, en vez de imprimirle la presión de que debe cuajar una sonrisa encartonada con cada flash de la cámara “para que quede bonito”. A fin de cuentas la fiesta es de él y para él, y no para alimentar el ego de padres en busca de su alfombra roja. De lo contrario, podría matarle a su pequeño la ilusión que acompaña su inocencia. Y quizá eso sí lo recuerde, como el sonido de la alcancía rota.
Tomado de Granma










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