lunes, 8 de febrero de 2016

Mi generación




4 de febrero de 2016
La señora en el camión repetía “la juventud está perdida”. El hombre a su lado la apoyaba. Y otros pasajeros se sumaron con ejemplos de “lo malo” de quienes hemos vivido menos almanaques.
Mi amiga me tomó por el brazo, y me llevó hacia la parte de atrás. “Eso es lo que me mo­lesta: Nos juzgan a todos por unos pocos”, me dijo alterada.
Más tarde, tres hombres criticaban, en un parque de Ba­ya­mo, a dos muchachos por sus peinados extravagantes y los aretes que, según ellos, les restaban masculinidad.

Muchos suelen ser blanco de críticas, por la forma de vestirse y comportarse en lugares públicos, porque “ya no trabajan tanto como antes”, por “maleducados” o porque se mueven y hablan a ritmo de reguetón.
¿El fenómeno es tan simple? ¿Acaso “el mal” se transmite por ósmosis, es por algo diferente en el aire? ¿Los de menos edad viven en una burbuja, aislados de contextos? ¿En verdad son tan distintos? ¿Cuáles constituyen las razones?
La revisión de frases y documentos escritos hace siglos revela que el asunto no es nuevo. Por ejemplo, el filósofo Sócrates (470–399 a. C.) expresó “nuestra juventud gusta del lujo y es maleducada; no hace caso a las autoridades (…) No se pone de pie cuando una persona anciana entra y le responde a sus padres. Para Hesíodo (720 a. C.) también era “insoportable, desenfrenada y simplemente horrible”.
En un vaso de arcilla, descubierto en las ruinas de Babilonia y con más de 4 000 años de existencia, se puede leer “los jóvenes son malhechores y ociosos”.
El transcurso de tantos años barrió con edificaciones y hasta con imperios que campeaban a golpe de conquistas. Sin embargo, las expresiones gravitan invariables en su esencia.
Cada generación recibe críticas y, como desquite inconsciente, arremete luego contra la próxima.
Nuestro contexto es demasiado complejo como para solo señalar con el dedo. El debilitamiento de valores en parte de la sociedad no se restringe a los de menos edad.
¿Cuánto logramos con decir “eres malo”, dar la espalda y marcharnos? ¿Acaso la educación no es responsabilidad de todos: familia, escuela, vecinos, compañeros de trabajo y hasta de la señora en el camión?
Quienes nos visten de irresponsables suelen adherirse a un idealismo sin consistencia práctica. “En mis tiempos eso no era así”, repiten con decepción. Y, después, mencionan algo del desarrollo. Luego retocan la corbata inexistente.
Siento orgullo por muchachos con valores admirables en oficinas, campos y talleres, e incluso, sin trabajo. Algunos ocupan cargos de dirección.
La pluralidad en los modos de conducirse ha existido siempre, al igual que la vanguardia responsable. Los piercings y pinchos antes fueron espendrús y pantalones al estilo Bea­tles. Por eso Andrés Vázquez Mestre, profesor con más de 30 años de experiencia, me dice “si yo tuviera 16 años quizá andaría con aretes, el pelo para’o y hasta con tatuajes”.
La solución no es simple ni depende de manuales académicos y disquisiciones teóricas. Las comparaciones tampoco son favorables.
Confío en mi generación, con otros desafíos que los de las anteriores, pero seguidora de la esencia de este país y su historia.
Verdad que, a veces, protesta demasiado y cree sabérselas todas. Por eso la importancia de la experiencia de los más adultos, conscientes de que la carrera es de relevo y confianza. El resultado final será de todos.
Tomado de Granma


No hay comentarios.:

Publicar un comentario