lunes, 8 de febrero de 2016

La familia




4 de febrero de 2016
Cuando Jany y Yipsy llegaron a la escuela por vez primera, ya sabían decir buenos días, por favor, usted y otras palabras que resultan una muestra de buenos modales y de educación ciudadana.
Esos valores formados desde la cuna, fueron muy bien aprovechados por dos maestras excepcionales, Francisca y Ana Delia, quienes supieron aquilatar en toda su dimensión la madera que había en aquellas pequeñas, pa­ra, junto a la familia, convertirlas en los dos te­soros que son.
Traigo a colación este tema a partir de presenciar ciertas discusiones entre varias personas, unas más cultas que otras, pero todas bien intencionadas, acerca de qué es lo primario en la formación de valores y conductas ciudadanas, la familia o la escuela.
Demostrado está que ambas instituciones resultan vitales, además del rol que puede desem­peñar la sociedad en su conjunto, mas comparto la idea de que el ejemplo y la formación en la casa, esa que brindan papá y mamá, son fundamentales y decisivos a la hora de forjar la idea del bien.
Ejemplos sobran en nuestra historia y en la cotidianidad, que evidencian el papel concluyente de la cuna en la formación de patrones de conducta adecuados; y aunque algunos di­gan que eso no siempre funciona, lo cierto es que en la in­mensa mayoría de los casos, esa máxima no falla.
De esa manera, podemos citar el caso de la familia Maceo Grajales. No fue en la escuela, ni en San Luis o en las calles de Santiago de Cuba donde Antonio y sus hermanos y hermanas aprendieron a amar a la Patria al precio de miles de dejaciones y sacrificios.
Uno aún se estremece cuando lee aquella declaración de Mariana, cuando apenas conoció del estallido redentor del 10 de octubre de 1868 reunió a su extensa prole para decirles: “De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar a la Patria o morir por ella”.
Fue así como comenzó a tejerse una epopeya que no tiene parangón en la historia de Cu­ba, aunque vale la pena reconocer que a tra­vés de nuestro derrotero como nación so­bran los casos de familias que supieron inculcar en sus hijos las mejores actitudes que puede mostrar un ser humano.
Gómez Toro, García Íñiguez, País García, Santamaría Cuadrado y otras tantas, constituyen una clara manifestación de lo que pue­de alcanzarse cuando esa célula fundamental de la sociedad funciona de manera coherente.
Reconocer esa prioridad, no significa reducir un ápice el rol de la escuela y de la sociedad en la formación de valores. Muchísimas veces encontramos situaciones donde un buen maestro logra con paciencia y sabiduría suplir determinadas lagunas que puedan mostrar el niño, adolescente o joven en su conducta, motivado por descuidos en el seno familiar.
No podría hablarse de la grandeza de nuestro Héroe Nacional, José Martí, sin escribir con letras doradas lo que para él significó su mentor Rafael María de Mendive. El propio Martí se encargó de confirmarlo cuando reconoció que si bien los padres le habían dado la vida, Mendive había forjado su alma.
Corren tiempos complejos, donde prosperan cambios en la mentalidad y la manera de ser de algunas personas, asociados, en cierta medida, a las transformaciones que sufre el mo­delo económico cubano, además de la in­fluencia de las nuevas tecnologías, las cuales muchas veces posibilitan el acceso a productos comunicativos de la peor factura, sin dejar de mencionar su efecto nocivo en la comunicación interpersonal.
Ante esos retos, la familia cubana está llamada a rescatar el papel que siempre tuvo en la formación de conductas y normas ciudadanas adecuadas, lo cual resultaría un notable aporte en momentos en que la nación se empeña en rediseñar su rumbo futuro.
Tomado de Granma

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