lunes, 15 de febrero de 2016

¿El título en la pared?






Aquella mañana de nostalgias hablamos de los amigos, de los que comparten las alegrías y escollos del oficio, de esos futuros padres que echan mano al calendario y se plantean nuevas prioridades, de quienes ya no están o decidieron establecer sus destinos en otros lares, de los que se graduaron pero han permutado hacia otras labores quizá más “solventes”.
Nos pusimos melancólicas. Reencontrarse con colegas de estudio y trasnoches es siempre un buen pretexto para calar en la memoria; sin embargo, ese último recuento dejó un sabor inusitado.
Hasta ese entonces no lo había sentido tan cercano, tan personal. No suponía a algunos de mis compañeros de aula dedicándose a la versión cubana de babysitting o “niñeras particulares”, atendiendo mesas en cualquier bar-restaurante del Barrio Chino o probando suerte en las famosas clínicas del celular, servicios de impresión, paladares u otro negocio que le permitiera poder llegar a fin de mes sin premuras en el bolsillo.
Para algunos lectores puede carecer de sentido alcanzar una calificación profesional o técnica en determinada especialidad, para luego no ejercerla. Otros, tal vez critiquen esta postura y la enmarquen de “facilista”: cuando el zapato aprieta es mejor ponerse otro.
Sin embargo, en mi criterio influyen otras variantes —además de resolver ciertas necesidades materiales— cuando el egresado de la enseñanza superior decide emplearse en un ejercicio ajeno al que aprendió.
Un ejemplo recurrente: aunque se garantiza la incorporación de los noveles al ámbito ocupacional, no siempre las empresas hacen el mejor uso de este recurso humano y el adiestrado puede acabar fungiendo como recadero, llenando papeles o en asignaciones que no le permiten desarrollar sus habilidades y conocimientos al máximo. No es de extrañar entonces que una vez finalizado el tiempo de adiestramiento, y otras veces sin llegar a cumplirlo, este rompa vínculos con el sector estatal.
En tal escenario nadie sale vencedor. Ho­ras de estudio y preparación engavetadas en casa, y echada por la borda la inversión que el gobierno cubano asegura para la formación de los universitarios.
Sí, es cierto que existen otros caminos. El pluriempleo se ha convertido para muchos gra­­duados en una opción que garantiza ese extra necesario si hablamos de ingresos personales.
No obstante, aquí no solo entra en cuestionamiento la disposición que la persona asume frente a una doble jornada, también hay que tener en cuenta que no todos los centros laborales —ya sea por la propia rutina organizativa— ofrecen al trabajador la posibilidad de desplegarse en segundas funciones. La misma receta puede aplicarse sin complicaciones para unos cuantos, mientras que para otros es sencillamente imposible de llevar a la práctica.
La realidad se torna más compleja cuando el profesional hace cuentas con su salario, mientras existen ciudadanos que triplican estas gratificaciones, y en algunos casos, a través de escenarios “dudosamente legales” si nos cuestionamos cómo adquirieron tales sumas de dinero.
Tampoco se trata de comparaciones o de echarle la soga al cuello al cuentapropismo, pero sí de estar conscientes de que existe un problema real que no puede pasar inadvertido, ya sea por la implicación de la fuerza joven en las nuevas formas de gestión, el inminente envejecimiento de nuestra población o la necesidad de formar y capacitar un relevo que asegure el desarrollo del país, desde todas las esferas de la sociedad.
Hoy, la cuestión económica figura como una de las principales causas de este salto en el mercado laboral. La mejor apuesta del mañana sigue siendo el perfeccionamiento de las empresas estatales y el incremento de los índices de producción para que cada cual obtenga lo que merece según su trabajo; y así equilibrar la balanza cuando el graduado decida quedarse en su desempeño actual y no colgar el título en la pared.

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