Los habitantes de los países tropicales hemos aprendido a conocer bien las características del nacimiento, desarrollo y muerte de los ciclones. Comienzan por ser tormentas. Alimentadas por las aguas calientes de los mares, van subiendo por la escala que define su grado de violencia. Su muerte responde a la pérdida de los nutrientes que aseguran su ininterrumpida expansión.
El fenómeno
natural puede traducirse en metáfora de los rasgos del capitalismo. Para
sobrevivir, tiene que asegurar su constante expansión. Al producirse la
independencia, los Estados Unidos dispusieron de un inmenso territorio virgen
al que sumaron una zona importante de México. Desde entonces, aspiraban a
incorporar la pequeña isla de Cuba, tan cercana a la Florida. Con el andar del
tiempo, pasaron de la apropiación de fuentes primarias para impulsar la industria
a lo que hoy conocemos como globalización, alianzas de poder financiero con la
tecnocracia, sustentado todo en el control de los medios y de las nuevas
tecnologías. De todo ello emerge una batalla cultural orientada a sembrar
modelos de conducta, aspiraciones de vida y nociones de felicidad de naturaleza
escapista ante los problemas de la realidad que nos concierne.
En este caso,
el término cultura se remite a una dimensión bien diferente de lo que siempre
hemos considerado creación artístico-literaria. En este orden de cosas, el
intercambio ha sido permanente: Mark Twain, Edgar Allan Poe y Walt Whitman
siempre han estado entre nosotros. La avalancha fue mucho mayor con la
espléndida narrativa del siglo XX, ampliamente divulgada por nuestras editoriales
después del triunfo de la Revolución.
En círculos
mucho más extensos, desde los días del mudo y aunque se tratara de la saga
triunfalista de la expansión hacia el oeste, el cine ha circulado entre
nosotros hasta la actualidad. El diálogo más intenso se manifiesta, quizá en el
campo de la música, de profunda raigambre popular. Las consecuencias de la
economía de plantación, algodonera o azucarera, trajo de África una masa
esclava que guardaba en la memoria los ritmos de su tierra de origen.
Nos separan otros
linderos. La libre exportación de capitales interfiere a menudo con el pleno
derecho a la soberanía de los países. Su correlato ideológico se manifiesta en
filosofías de la vida totalmente incompatibles. El pragmatismo, simplificado en
las versiones más recientes, se contrapone al humanismo raigal que preside
nuestra concepción de la formación y el destino del ser humano. Sin darnos
cuenta, incorporamos un vocabulario contaminado por una visión ajena a nuestro
proyecto social. Ocurre así con el empleo indiscriminado de la noción de
competitividad, asociada al individualismo feroz y bien distante de la defensa
de la persona en un contexto solidario, abierto al pleno desarrollo de las
capacidades para el estudio, el trabajo, el disfrute del tiempo libre.
Durante medio
siglo, hemos compartido los trabajos y los días con hombres y mujeres de buena
voluntad llegados de todas partes, muchos de la América Latina y también de
Europa y de los Estados Unidos. Al promulgarse la Reforma Universitaria en
1962, tuve que hacerme cargo de un departamento de lenguas y literaturas
extranjeras. Pude nuclear un excelente equipo de profesores. Nos parecía
conveniente contar, además, con hablantes nativos de las respectivas lenguas e
iniciar el estudio de la producción literaria de África y el Caribe, anglófonos
y francófonos. Muchos profesores procedentes de distintos países se acogieron a
nuestros salarios y nuestra libreta de abastecimientos. Quiero agradecer a
todos, evocando el nombre de uno solo: Sam Goldberg. Se entregó de lleno a la
tarea. Estuvo junto a nosotros hasta que, viudo y muy enfermo, regresó a su
país.
Las islas del
Caribe están expuestas al embate de los ciclones. Nuestra fuerza no reside en
la permanente necesidad de expansión, sino en la capacidad de resistencia y de
rehacernos sobre la base de una prolongada acumulación cultural. La paz es
nuestra razón de ser, afianzada en un sistema de valores y de representaciones
simbólicas. Como decían nuestros abuelos, somos pobres, pero decentes. Nunca
genuflexos, afirmación desafiante del inolvidable Raúl Roa. No somos ilusos.
Solo una concepción del mundo antidepredatoria salvará al planeta.
Tomado de Juventud Rebelde.
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