lunes, 14 de marzo de 2016

Cuba y Estados Unidos. Por: Graziella Pogolotti

















Los habitantes de los países tropicales hemos aprendido a conocer bien las características del nacimiento, desarrollo y muerte de los ciclones. Comienzan por ser tormentas. Alimentadas por las aguas calientes de los mares, van subiendo por la escala que define su grado de violencia. Su muerte responde a la pérdida de los nutrientes que aseguran su ininterrumpida expansión.
El fenómeno natural puede traducirse en metáfora de los rasgos del capitalismo. Para sobrevivir, tiene que asegurar su constante expansión. Al producirse la independencia, los Estados Unidos dispusieron de un inmenso territorio virgen al que sumaron una zona importante de México. Desde entonces, aspiraban a incorporar la pequeña isla de Cuba, tan cercana a la Florida. Con el andar del tiempo, pasaron de la apropiación de fuentes primarias para impulsar la industria a lo que hoy conocemos como globalización, alianzas de poder financiero con la tecnocracia, sustentado todo en el control de los medios y de las nuevas tecnologías. De todo ello emerge una batalla cultural orientada a sembrar modelos de conducta, aspiraciones de vida y nociones de felicidad de naturaleza escapista ante los problemas de la realidad que nos concierne.
En este caso, el término cultura se remite a una dimensión bien diferente de lo que siempre hemos considerado creación artístico-literaria. En este orden de cosas, el intercambio ha sido permanente: Mark Twain, Edgar Allan Poe y Walt Whitman siempre han estado entre nosotros. La avalancha fue mucho mayor con la espléndida narrativa del siglo XX, ampliamente divulgada por nuestras editoriales después del triunfo de la Revolución.
En círculos mucho más extensos, desde los días del mudo y aunque se tratara de la saga triunfalista de la expansión hacia el oeste, el cine ha circulado entre nosotros hasta la actualidad. El diálogo más intenso se manifiesta, quizá en el campo de la música, de profunda raigambre popular. Las consecuencias de la economía de plantación, algodonera o azucarera, trajo de África una masa esclava que guardaba en la memoria los ritmos de su tierra de origen.
Nos separan otros linderos. La libre exportación de capitales interfiere a menudo con el pleno derecho a la soberanía de los países. Su correlato ideológico se manifiesta en filosofías de la vida totalmente incompatibles. El pragmatismo, simplificado en las versiones más recientes, se contrapone al humanismo raigal que preside nuestra concepción de la formación y el destino del ser humano. Sin darnos cuenta, incorporamos un vocabulario contaminado por una visión ajena a nuestro proyecto social. Ocurre así con el empleo indiscriminado de la noción de competitividad, asociada al individualismo feroz y bien distante de la defensa de la persona en un contexto solidario, abierto al pleno desarrollo de las capacidades para el estudio, el trabajo, el disfrute del tiempo libre.
Durante medio siglo, hemos compartido los trabajos y los días con hombres y mujeres de buena voluntad llegados de todas partes, muchos de la América Latina y también de Europa y de los Estados Unidos. Al promulgarse la Reforma Universitaria en 1962, tuve que hacerme cargo de un departamento de lenguas y literaturas extranjeras. Pude nuclear un excelente equipo de profesores. Nos parecía conveniente contar, además, con hablantes nativos de las respectivas lenguas e iniciar el estudio de la producción literaria de África y el Caribe, anglófonos y francófonos. Muchos profesores procedentes de distintos países se acogieron a nuestros salarios y nuestra libreta de abastecimientos. Quiero agradecer a todos, evocando el nombre de uno solo: Sam Goldberg. Se entregó de lleno a la tarea. Estuvo junto a nosotros hasta que, viudo y muy enfermo, regresó a su país.
Las islas del Caribe están expuestas al embate de los ciclones. Nuestra fuerza no reside en la permanente necesidad de expansión, sino en la capacidad de resistencia y de rehacernos sobre la base de una prolongada acumulación cultural. La paz es nuestra razón de ser, afianzada en un sistema de valores y de representaciones simbólicas. Como decían nuestros abuelos, somos pobres, pero decentes. Nunca genuflexos, afirmación desafiante del inolvidable Raúl Roa. No somos ilusos. Solo una concepción del mundo antidepredatoria salvará al planeta.
Tomado de Juventud Rebelde.

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