Yuniel Labacena Romero •
29 de Febrero del 2016
La historia de Cuba no fue levantada nunca sobre nacionalismos estrechos. La idea cumbre de nuestra vocación universal, tan bien demostrada en tantos actos de bondad y desprendimiento, es el precepto martiano de que Patria es humanidad.
Por ello hiere
la sensibilidad nacional y patriótica observar cierta tendencia a la adoración
de símbolos extranjeros, mientras se desconocen o menosprecian los propios,
algo sobre lo que tanto se ha llamado la atención en los últimos años. A veces
se siente la fuerza de aquella pregunta del poeta matancero Bonifacio Byrne:
«¿Dónde está mi bandera cubana, la bandera más bella que existe?».
Ciertamente, en
la Mayor de las Antillas ha habido una carencia de producciones nacionales
enfocadas a nuestra identidad y ha faltado una simbología comercializable —al
menos asequible al bolsillo de todos los cubanos—, que estuviera acompañada de
estrategias comunicativas favorecedoras de la promoción de nuestros símbolos,
lo que ha abierto un camino para que diversos espacios sean ocupados con
artículos foráneos y no con lo autóctono, con lo nuestro.
De ahí que la
noticia, a fines del pasado año, de que la Unión de Jóvenes Comunistas inició
la entrega de enseñas nacionales a diversos comités de base y, posteriormente,
a centros destacados en la docencia, los servicios y la producción, devenga
señal halagüeña en el interés de seguir acercando a los jóvenes a los símbolos
patrios. Fue ese uno de sus planteamientos en el X Congreso de la organización,
en julio pasado, ante los inaccesibles precios que tienen ese y otros atributos
que nos identifican como nación.
Ahora bien,
debemos llamar la atención de que el uso dado a los símbolos extranjeros no lo
podríamos imitar con los nuestros sin tener en cuenta lo legislado. Por ello,
no son pocos quienes han manifestado también en los últimos tiempos la
necesidad de repensar la utilización de nuestros símbolos, ante una sociedad
que dista mucho de aquella que aprobó la Ley de los Símbolos Nacionales y su
Reglamento, emitidos en la década de los 80 del siglo pasado.
¿Puede un
cubano envolverse en la enseña nacional, llevarla en una prenda de vestir,
utilizarla como distintivo o tatuarla en el rostro? ¿Puede estar colgada día y
noche a la entrada de una institución o de una vivienda? La respuesta a esas
interrogantes en las disposiciones actuales sería la negativa, como también a
las escenas que vemos a diario de nuestra bandera adornando cientos de
vehículos junto a la de otros países, o grabadas en suvenires, camisetas o
bolsos.
Imágenes que no
concordarían con lo dispuesto acerca del uso de nuestra enseña nacional se ven
a diario en las calles, como también se le observa reproducida con los más
diversos diseños y tonalidades de colores. Todo ello está prohibido, según lo
estampado en el artículo 24 del Reglamento de la Ley de los Símbolos
Nacionales.
Con el Himno
Nacional ha habido irreverencia y olvidos. No faltan quienes permanecen
sentados o conversando mientras otros lo entonan, o quienes ni se descubren, ni
adoptan la posición de firme cuando lo escuchan. Igualmente es visible la
ausencia, en numerosas actividades estatales y oficiales, de nuestro Escudo de
la palma real, como tampoco preside las fachadas principales de los edificios
de los órganos y organismos del Estado, tal como instituye el Reglamento.
Algunos de los
ejemplos mencionados demuestran falta de educación cívica, irrespeto y
desconocimiento de la legislación vigente, en la que 25 artículos corresponden
al uso de la Bandera Nacional, mientras que otros seis están relacionados con
el Himno Nacional y cinco con el Escudo.
Y también son
muestras de que, en la práctica, sería imposible cumplir hoy todo lo legislado
años atrás, por lo poco flexible y, en algunos aspectos, por lo desfasadas que
han quedado algunas de esas disposiciones. Ello no quiere decir que cualquier
cambio que se haga en la actualidad, no sea para apostar a que los símbolos
sean más respetados, pero también más cercanos, más propios y, por lo tanto,
verdaderamente sagrados para todos los que amen la Patria.
Esa necesidad
de cambio ha sido sentida con hondura por la juventud, como se ha demostrado en
diversos espacios de debate y hasta en el propio Congreso de la organización. Y
no porque deseen utilizar los símbolos patrios al antojo de cada cual, sino
porque han defendido que el patriotismo se enarbola también en la manera en que
los utilicemos.
En los
intercambios, los jóvenes han manifestado su deseo de llevar sus atributos,
situarlos en las casas o compartirlos con amigos de otras naciones, porque esos
símbolos nacionales «han presidido por más de cien años las luchas cubanas por
la independencia, por los derechos del pueblo y por el progreso social», tal
como refrenda el artículo 4 de la Constitución de la República.
Las palabras
del historiador Eduardo Torres Cuevas, al abordar este dilema tras un reciente
taller de Historia, vienen como anillo al dedo: «Nuestra primera preocupación
es por tener una ley acorde con estos tiempos, pero lo segundo, y lo más
importante, es la conciencia: que más allá de la ley, la gente sepa cuáles son
sus símbolos, el valor que tienen, lo que significan, y puedan usarlos, de la
manera que esté establecido, pero con el corazón».
No es
casualidad entonces que exista una comisión para el estudio de la reforma en
las disposiciones sobre los símbolos patrios, creada por la Academia de
Historia de Cuba, que trabaja ya en varias propuestas. Lo ideal sería avanzar
hacia una ley más flexible, abierta y plena, pues aunque algunos dirán que el
amor a la Patria se lleva en el corazón, en este mundo audiovisual y lleno de
imágenes, esa también es una vía para defender los símbolos, honrarlos y crecer
con ellos: al hacerlo reverenciamos a los que con el sacrificio de sus vidas
los elevaron al altar patrio.
Tomado de Juventud
Rebelde
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