Por:
Guillermo Rodríguez Rivera
No recuerdo,
con exactitud, el momento en el que Rafael Correa dijo que en América Latina no
estábamos viviendo una época de cambio
sino un cambio de época.
Se trata del
nuevo tiempo en que los pueblos de la región que había sido considerada el
patio trasero de los Estados Unidos, comenzaban a transformar en serio su
historia y su destino: si en el siglo XIX habíamos vencido el colonialismo
español, en el XX comenzaban las victorias frente al neocolonialismo. América Latina advertía que no hay verdadera democracia sin independencia económica.
Sucesivamente
aparecían líderes como Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner, Lula Da
Silva, Fernando Lugo, Mel Zelaya o el propio Correa que, con diversos énfasis e
intensidades, se desmarcaban de la política norteamericana e iniciaban un
camino destinado a resolver los ancestrales
problemas de sus pueblos, que los regímenes de nuestras oligarquías
jamás habían intentado solucionar, porque ellos eran los beneficiarios de esos
problemas.
La lista de
esos males comprendía el analfabetismo de amplias zonas de la región, el
desempleo, la falta de viviendas, la extrema pobreza en países cuyos recursos
naturales estaban plenamente en manos extranjeras y de grupos oligárquicos que
se enriquecían con los males de sus pueblos.
De pronto,
esos líderes populares ganaban las elecciones en las que antes solo triunfaban
los burgueses, los servidores de los intereses estadounidenses.
El tácito
punto de partida de esos cambios había sido Cuba, cuya revolución el imperio
había intentado aniquilar primero por las armas y luego con el quincuagenario
bloqueo que dura hasta hoy contra la voluntad del mundo.
Par impedir
los cambios que Cuba inspiró, Lyndon
Johnson ordenó la invasión de la República Dominicana; Henry Kissinger
alentó el golpe de estado que derrocó al presidente Allende en Chile y,
enseguida, el plan Cóndor que pobló de criminales tiranías Bolivia, Argentina y
Uruguay; Ronald Reagan armó a la Contra nicaragüense e invadió Granada.
Pero el
cambio de época que veía Correa no implica que todo se desarrolle linealmente,
sin circunstanciales retrocesos en países en los que todavía casi todo el
ámbito mediático está en manos de los adversarios.
El
desprestigio que en Venezuela vivían los partidos que se alternaban en el poder
para hacer lo mismo --Acción Democrática y COPEI-- hizo que fueran reemplazados
por El Nacional, Venevisión y O Globo,
que diariamente tenían la libertad de decirle a Venezuela y al mundo, que en
Venezuela no había libertad.
A veces los
pueblos se desesperan y quieren quitarse de encima los males que sus opresores
vencidos aún pueden imponerles. Reagan le impuso a Nicaragua una guerra sucia
que tenía sus bases en Honduras y el pueblo trató de librarse de ella dándole
el gobierno a la moderada derecha que representó Violeta Chamorro, pero la
rápida decepción determinó que en otras elecciones regresaran al poder los
sandinistas.
Esperemos a
ver qué ocurre en Argentina con el régimen de Mauricio Macri y en Venezuela con
la Asamblea Nacional que debiera sacarlos de la impuesta crisis económica. La
época ha cambiado, pero todavía los pueblos tienen que aprender, como
deben aprender el imperio y sus servidores.
Tomado del Blog Segunda Cita de Silvio Rodríguez. Trovador.
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