Por: Raiko Martín
Después de
visitar por estos días el estadio Latinoamericano pude convencerme de que el
histórico parque capitalino está bastante cerca de lo que puede ser su mejor
rostro. Siete décadas de vida han lastrado una estructura que, si bien se
mantiene erguida, pedía a gritos una intervención de gran envergadura, pues
salvo aquella extensión de sus capacidades hace ya 40 años, todo lo que había
recibido clasificaba apenas como un «pasado de mano» para disimular sus
múltiples cicatrices.
Conscientes de
su estado, las autoridades deportivas ya habían trazado y comenzado hace un par
de años un plan de rescate a largo plazo, que ahora se acelera notablemente. El
también conocido como Coloso del Cerro acogerá el próximo 22 de marzo un
enfrentamiento entre nuestra selección nacional y el equipo Tampa Bay Rays, de
las Grandes Ligas estadounidenses, y la trascendencia del hecho —por lo
simbólico y lo práctico— justifican el vertiginoso ritmo.
Sin dudas, el
trabajo que se realiza es descomunal. Pero la histórica jornada pasará cuando
el planeta dé una vuelta más sobre su eje, y entonces comenzaremos a enfrentar
el peligro de que tanto esfuerzo pueda terminar siendo estéril, si se dejan de
atender un puñado de detalles ineludibles.
Pongo como
primer ejemplo el terreno por ser el centro del espectáculo, y para cuyo
mantenimiento se necesita ahora mismo invertir en maquinaria específica,
materiales y formación de personal calificado, al que se unirían el resto de
los operarios que, gracias a su ingenio, dedicación y sentido de pertenencia,
han mantenido por muchos años algún brillo para el diamante más ilustre de la
Isla.
Lo mismo se
aplica para devolver el esplendor a toda la instalación en su conjunto. Esto no
sería completamente posible sin replantear conceptos y estrategias que logren
aprovechar las amplias potencialidades del recinto para generar los recursos
que garanticen su óptimo funcionamiento.
En estas,
incluso, pudieran participar los emergentes actores económicos de nuestra
sociedad, que sin dudas aportarían en el mejoramiento de la gastronomía, el
entretenimiento, el confort. Y ver si de una vez se logra desterrar de los
graderíos la indisciplina social y la incivilidad que ha alejado de ellos a no
pocos aficionados. La experiencia pudiera luego extenderse al resto del país.
En buena lid,
urge desde hace un buen tiempo contar con un estadio moderno, y si fuese
techado, mejor. Pero La Habana —por economía y algunos detalles más— no es
Nueva York o Londres, donde el Yankee Stadium y Wembley asoman hoy sus siluetas
sobre los restos de sus anteriores versiones.
Así, la
titánica misión será potenciar nuestro entrañable Latino como un proyecto
sostenible, y eso implica, sin desconocer la compleja situación económica que
atravesamos, una «inyección» de recursos y de ideas. Sería una rentable
inversión para el prestigio del béisbol cubano, para mejorar la calidad del
espectáculo deportivo, para cuidar la salud de los jugadores, para contribuir a
la sana recreación del pueblo, para conservar por muchos años un símbolo
repleto de historias, y para muchas cosas que no caben en este reducido
espacio. ¿Alguna de ellas parece innecesaria?
Tomado de Juventud Rebelde
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