Por Carmen Ibáñez
Según el Pequeño
Diccionario Larousse Ilustrado define a la música como el arte de combinar los
sonidos de un modo agradable al oído.
Muchos
somos los que disfrutamos de una buena canción, un buen cantante, una buena
música, sea el género que sea. Bailable, instrumental, sinfónica, nacional,
extranjera… Un buen cubano se caracteriza por gustarle cualquier música.
Sin
embargo nuestros oídos siguen rechazando la música amplificada a todo volumen,
la hiperdecibélica, y no por haberse escrito tantas veces sobre el tema de la
música alta este pierde vigencia e importancia.
Seguimos
siendo víctimas de choferes inescrupulosos que llevan puesta la música, “a todo
lo que da”, en los ómnibus públicos, sea la hora que sea. Mientras los
pasajeros en total SILENCIO se resignan simplemente a llegar a su destino para
abandonar la obligada discoteca, como si el ómnibus fuera particular y el
chofer nos hubiera hecho el favor de llevarnos.
¿No se
dan cuenta que nos están agrediendo los tímpanos? Que violan nuestros derechos,
nuestro espacio. ¿Que nos obligan, torturándonos a escuchar, quizás, una música
que no nos gusta?
Estos
hombres del timón no se dan cuenta que los pasajeros que dependen de ellos para
trasladarse de un lugar a otro pueden llevar la tristeza de un familiar enfermo,
pueden estar afligidos por haber perdido un ser querido e ir camino a
acompañarlo a su última morada?
¿No
pueden pensar que los pasajeros que trasladan, sus compatriotas, pueden estar
ellos mismos enfermos o cansados de una larga jornada de trabajo?
Lamentablemente,
todavía hay algunas de estas especies que no están en peligro de extinción.
Hay que
decir que estos trabajadores del transporte realizan una gran labor, importante
labor, queridos y respetados por todos. Cualquier día a cualquier hora en las
condiciones que sean ellos realizan viajes y viajes para llevar a todos los
ciudadanos que dependen de ese medio para trasladarse.
Pero no
podemos permitirle a algunos que violen las normas elementales de disciplina
ciudadana. Nos falta también por parte de las autoridades competentes la
exigencia en el momento oportuno. Sabemos también que es un deber de todos los
ciudadanos cooperar con que estas normas se cumplan.
La
disciplina social tiene que estar avalada por una conciencia de respeto a los demás
y a uno mismo.Rescatemos
la ética, los valores y el respeto ciudadano. Debemos ser más exigentes con
aquellos que no quieran cumplir con lo que está establecido para que la cadena
social pueda volver a la normalidad.
La culpa
no la tiene nadie… como dice el Dúo Buena Fe. Pues sí, la culpa la tenemos
TODOS.
Cuando
vemos que quien debe dar el ejemplo es el primer infractor de la disciplina
poniendo la música en “su”, nuestro ómnibus a volumen tan alto que no podemos
siquiera peguntarle al de al lado si se baja en la próxima parada, porque no
nos puede escuchar.
El ejemplo entra por casa. ¿Qué moral tendrá
el que maneja la guagua en llamar la atención a quiénes no cumplan dentro del
ómnibus con lo establecido, si es el primero en no cumplir?
Yo,
usted, él, aquel, el otro, TODOS, tenemos que dejar y eliminar las actitudes
conformistas, la inmovilidad, las actitudes impasibles y tomar partido con todo
el derecho que nos asiste a llamar la atención cuando vayamos en un ómnibus y
oigamos a Marc Anthony, la Charanga o a un reguettonero dejándonos sordos.
¡Silencio, por favor!
Bajemos el volumen.
(tomado de Granma)