Por Lianet
Leandro López
Lo menos que se
pudiera esperar de un extranjero en Cuba es que sea un dulcero que, con un
cajón en la parrilla de una bicicleta, venda mantecaditos (mantecados,
polvorones o torticas) por las calles de un reparto periférico en una provincia
“del interior”, o que estudie Derecho y se gradúe de abogado en la universidad
de esa misma provincia.
Pero esa es
justamente la historia de Joseph Leopold Haderer, más conocido como “el
austriaco” en Camagüey. Aunque hoy es propietario de uno de los restaurantes
privados más valorados en la ciudad, todavía muchos lo recuerdan como el loco
aquel que en 1998, cuando apenas empezaba a recuperarse el país de la dura
crisis económica del Período especial, apostó por vivir aquí como un hijo más
de esta tierra.
“No llegué aquí
con un montón de dinero para vivir una vida cómoda”, asegura él casi desde el
inicio de la entrevista, “así no hubiera conocido la verdadera Cuba. Yo empecé
como la mayoría de los cubanos, desde abajo, y todo lo que tengo aquí me lo he
ganado trabajando. Desde 1998 me sustento sin recibir ni un peso desde mi
país". Joseph se siente muy cubano, e insiste en alejarse de ese
estereotipo con el cual se mira al “de afuera”.
Por eso, cuando
lo visitan en su negocio actual, el restaurante Casa Austria Camagüeyana,
lo mismo lo pueden encontrar cocinando, elaborando sus localmente muy famosos
dulces o, como le tocó a esta periodista cuando lo conoció, sumergido sin
camisa en la fuente central del patio del establecimiento, pues se había caído
la teja que simulaba el efecto de cascada buscado en la ambientación.
¿Cómo comenzó
todo para Joseph? Como muchos europeos, se enamoró del calor de la playa, del
trópico y, faltaría más, de una bella cubana. “Vine por primera vez al
balneario de Santa Lucía, al norte de Camagüey, en diciembre de 1997. Aquí
conocí a la madre de mi hija mayor, y en la primavera de 1998 ya me había
mudado para acá, contra los consejos de todos mis amigos y de la familia, por
supuesto”, contó a Cuba Contemporánea.
“En Austria se
publican muchas cosas negativas sobre este país, y las personas cercanas a mí
decían que me iba a morir de hambre, que nunca podría tener un negocio propio,
que 'el gobierno' no me dejaría, en fin, ideas que los medios allá reproducen y
siempre se olvidan de destacar todas las otras cosas buenas de la Isla. Incluso
en una ocasión, un periodista austriaco vino a hacerme una entrevista, cuando
todavía vivía en Villa Mariana, un reparto periférico de la ciudad, y trabajaba
con un horno criollo, hecho de ladrillos y un tanque recortado, como muchos de
los que posee cualquier patio cubano, y resaltaron eso de una forma negativa,
como para burlarse de mí y de Cuba, pero para mí es un orgullo haber triunfado
trabajando aquí como uno más”.
El largo camino al éxito
Joseph Leopold
Haderer era el director ejecutivo de una pequeña empresa de dulces, comida
congelada, panes y otros alimentos cerca de Salzburgo, la ciudad de Mozart; por
eso prefirió Camagüey a La Habana para asentarse en el Caribe, pues refiere ser
menos cosmopolita que sus coterráneos vieneses. Como ya se desenvolvía en el
ramo, la repostería fue su primera fuente de sustento, elaborando dulces
caseros reconocidos por los cubanos pero siempre poniéndoles un toque que los
acercara a su tierra al otro lado del océano Atlántico.
“Vine aquí con
pocas posibilidades, así que empecé a venderlos con una bandejita en la calle.
Empecé con diez mantecaditos el primer día, 20 el segundo, y así… Ese fue un
camino en el que supe que tendría éxito pues a los cubanos les gusta el dulce,
aunque nunca fue un negocio para hacerse rico, pero sí para satisfacer a mis
clientes”, relata.
“Quizás no era
famoso en el centro de Camagüey, pero en los barrios de Sánchez Soto y
Previsora todas las tardes los niños esperaban al dulcero en la bicicleta y les
insistían a los padres para que les compraran”.
Un poco
después, Joseph se mudó a Villa Mariana, a una casa de madera con techo de
guano -aunque muchos no lo crean-, donde también se albergó Mark Kuster, otro
europeo “loco”, de Suiza, que eligió a Camagüey como su nuevo hogar para fundar
la organización no gubernamental de apoyo a la infancia y a la juventud
Camaquito. Allí abrió su primer restaurante, un ranchón que el propio Joseph
cobijó y que a pesar de su humildad se preciaba de una comida de alta calidad,
degustada en su momento hasta por diplomáticos de Suiza y Holanda.
“Por esa época
comencé a estudiar Derecho en la Universidad de Camagüey, me gradué en 2009 y
aunque no pude ejercer en bufetes sí fui jurídico en una empresa provincial y
en una asociación gremial, hasta que la apertura al trabajo por cuenta propia
me devolvió a mi más constante oficio: la gastronomía”.
Desde 2013 está
al frente del restaurante Casa Austria Camagüeyana, una bella mansión colonial que
junto al Mesón del Príncipe,
el 1800 y El Paso
es una de las joyas de la restauración privada en el mismo corazón del centro
histórico de Camagüey, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Su imagen de
empresario exitoso sorprendió a su familia cuando lo visitó por primera vez
luego de más de die años de haber dejado Austria, y ahora hasta alguno de sus
sobrinos quiere seguir sus pasos.
Pero a Joseph,
aunque no menosprecia el éxito alcanzado, no se le ha subido la fama para la
cabeza, como se dice en buen español cubano, y cuando le preguntan sobre lo que
más extraña no vacila en afirmar que la sonrisa de los niños de Sánchez Soto y
Previsora cuando llegaba el “austríaco” en bicicleta.
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