martes, 9 de junio de 2015

Introducción al Premio de Historietas Ojalá 2012



Tomado del Blog Segunda Cita de Silvio Rodríguez)


Foto. Kaloián.

A los diez u once años, uno de mis primeros empleos fue el de guardián del inmenso puesto de historietas que el señor Suárez extendía en los portales de la calle Belascoaín. Después de muchas horas de vigilia, a veces, Suárez me daba cinco o diez centavos; pero mi verdadera paga era el privilegio de sentarme a leer muñequitos en aquel lugar maravilloso, donde el tiempo no existía.

Allí pasaron por mis ojos El Spirit, Batman y Robin, Cuentos de Brujas, El Capitán Marvel, Superman, Rip Kirby, Dick Tracy, La Mujer Maravilla, Vidas Ilustres, Sheena, Turok, Flecha Verde, El Llanero Solitario, Frentes de Guerra, Flash Gordon, Terry y los Piratas, Johnny Hazard, Steve Canyon, El Fantasma, Mandrake el mago, El gato Félix, Tom y Jerry, Cisco Kid, La Pequeña Lulú, El Conejo de la Suerte, Porky, todo Walt Disney y todavía algunos más.

Se ha escrito sobre la tendenciosa influencia de los cómics. El Halcón Negro y otros superhéroes luchaban lo mismo contra nazis que contra rusos comunistas, pero esa parte del mensaje --al menos en mi-- se quedó en una zona de ficción que no determinó mi visión del mundo. En cualquier caso, soy incapaz de pensar mal de aquellas lecturas que son parte inseparable de lo que soy. ¿Cómo podría soslayar que aprendí a leer para enterarme de lo que decían los globos de los dibujos en colores? Por el contrario, siempre he pensado que los cómics me incorporaron cosas interesantes.

Aquellas historias incentivaron mis propios deseos de dibujar y acabaron llevándome a otras lecturas; me aportaron referencias; me hicieron viajar por países, reales e imaginarios; me sumergieron en personajes y épocas, y ensancharon mi percepción estética.  Recuerdo que la primera página del suplemento sabatino del diario El País era la de Tarzán y que desde niño se me grabó el nombre de Burne Hogarth, un ilustrador barroco que mezclaba elementos del art-decó y del art-noveau. Tampoco olvido que la última página del tabloide era la de El Príncipe Valiente, por lo que siempre me ha acompañado la perfección de formas de aquel grande llamado Harold Foster.

No mucho después descubrí que, mientras yo intentaba ser Buck Rogers, en mi país había historietas que se oponían al gobierno. Pero ni una pitonisa hubiera adivinado que me tocaría conocer a uno de los autores de aquel arte comprometido y que pasaría jornadas aprendiendo de su magisterio.

A finales de 1961, mi padre me animaba a presentarme en alguna revista con mis dibujos. Así que, con varios bajo el brazo, me aparecí en Verde Olivo, donde me recibió el reconocido dibujante Alfredo Calvo, quien me orientó hacia el juvenil semanario Mella.

Con el emblema de la Juventud Socialista, el Mella, en forma de pequeña revista, había publicado 82 números durante la tiranía batistiana y, por la fecha de que hablo, era el órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Por entonces tenía sede en un viejo edificio de la calle Desagüe, en los números 108 y 110. En su segundo piso, donde quedaban los departamentos de dibujo y diseño, me recibió  Virgilio Martínez, el dibujante que con el seudónimo de Laura dio vida a “Pucho”, aquel perrito que en la clandestinidad había orinado a Batista y ahora, después del triunfo revolucionario, al tío Sam.

Yo pensé que en el Mella me iban a decir que dejara mis dibujos y que después me avisarían. Pero a la media hora de estar allí, ya Virgilio había puesto una mesa al lado de la suya y me había dicho que aquel era mi puesto. Y fue como si me prestara “las botas de siete leguas”, porque en unas semanas estaba entintando lo que mi maestro trazaba a lápiz y, poco después, ya estaba dibujando una página propia.

Mella era un creativo y bullicioso semanario. Por aquellos días, con asombro, vi aparecer maravillas de la experta mano de mi mentor: desde los primeros trazos de Supertiñosa y del tuerto Botargh, hasta el escudo de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Al lado de Virgilio aprendí la diferencia entre tener calidad y ser chapucero; tuve noción de los estados de excelencia al que muchos aspiran y no todos alcanzan. Bajo su tutela también descubrí que algunas de las aventuras que admiraba, y muchas otras, eran obra de grandes talentos. Y que, como en otros oficios, gracias a esos autores especiales era posible hablar de la historieta como Arte.

Los que tuvimos la suerte de estar cerca de él, sabemos que Virgilio Martínez, además de magnífica persona, fue un gran artista. No había escena, por compleja que fuera, que no apareciera velozmente de su mano. Nunca lo vi replantearse un ángulo ni usar la goma de borrar. Era como si todo lo tuviera pensado, como si hiciera bocetos en la mente. A lo sumo, al entintar, completaba la guía sutil que a veces trazaba con lápiz azul. He conocido a otros excelentes dibujantes, pero nunca volví a sentirme ante tanta seguridad y maestría.

“Tienes que fijarte bien en todo”, solía decir. “Por ejemplo, dibuja un teléfono. ¿Te acuerdas de cómo es un teléfono? Pues tienes que tener un teléfono en la cabeza, con sus tres dimensiones, para poderlo dibujar desde cualquier ángulo. Y eso mismo lo aplicas a todo lo demás.”

¿Qué dimensiones tendría el inventario de objetos, caracteres y mundos que giraría en la mente de Virgilio Martínez, gracias a su imaginación y a su memoria fotográfica? ¿Con qué particular Universo estará viajando el infinito?

El fin de esta historia quizá no sea el mejor, porque la dimensión de Virgilio merecía que su pupilo se convirtiera, al menos, en su continuidad. Pero la vida me haló en otra dirección. Sin embargo, al frente que trasladé mi aprendizaje me llevé su espíritu autocrítico, su respeto por los destinatarios del trabajo y algo de su modestia visceral.

A principios de la década del 70 proliferaban en Cuba periódicos y revistas de dibujos. Tiempo después, drásticas restricciones de papel volvieron nada aquel florecimiento. No pocos buenos dibujantes vieron tronchado su trabajo y muchos jóvenes, que empezaban a encaminarse, se sintieron frustrados.

El Premio Ojalá 2012 de Historieta pretende mostrar que en Cuba hay excelentes artistas de este género gráfico. La concurrencia que hubo a nuestro llamado lo demuestra, y lo subrayan los dos premios que un jurado de excelencias certificó.

Sirva este esfuerzo para honrar la memoria de Virgilio Martínez --uno de los padres de la historieta en Cuba-- y como aliento a los que dibujan y esperan publicar en papel y/o en el éter.

Ojalá sirva también para hacer ver que algunos sueños son posibles.

15 de mayo de 2013.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario