Tomado del Blog
Segunda Cita de Silvio Rodríguez)
Foto. Kaloián. |
A
los diez u once años, uno de mis primeros empleos fue el de guardián del
inmenso puesto de historietas que el señor Suárez extendía en los portales de
la calle Belascoaín. Después de muchas horas de vigilia, a veces, Suárez me
daba cinco o diez centavos; pero mi verdadera paga era el privilegio de
sentarme a leer muñequitos en aquel lugar maravilloso, donde el tiempo no
existía.
Allí
pasaron por mis ojos El Spirit, Batman y Robin, Cuentos de Brujas, El Capitán
Marvel, Superman, Rip Kirby, Dick Tracy, La Mujer Maravilla, Vidas Ilustres, Sheena,
Turok, Flecha Verde, El Llanero Solitario, Frentes de Guerra, Flash Gordon,
Terry y los Piratas, Johnny Hazard, Steve Canyon, El Fantasma, Mandrake el
mago, El gato Félix, Tom y Jerry, Cisco Kid, La Pequeña Lulú, El Conejo de la
Suerte, Porky, todo Walt Disney y todavía algunos más.
Se
ha escrito sobre la tendenciosa influencia de los cómics. El Halcón Negro y
otros superhéroes luchaban lo mismo contra nazis que contra rusos comunistas,
pero esa parte del mensaje --al menos en mi-- se quedó en una zona de ficción
que no determinó mi visión del mundo. En cualquier caso, soy incapaz de pensar
mal de aquellas lecturas que son parte inseparable de lo que soy. ¿Cómo podría
soslayar que aprendí a leer para enterarme de lo que decían los globos de los
dibujos en colores? Por el contrario, siempre he pensado que los cómics me
incorporaron cosas interesantes.
Aquellas
historias incentivaron mis propios deseos de dibujar y acabaron llevándome a
otras lecturas; me aportaron referencias; me hicieron viajar por países, reales
e imaginarios; me sumergieron en personajes y épocas, y ensancharon mi
percepción estética. Recuerdo que la
primera página del suplemento sabatino del diario El País era la de Tarzán y
que desde niño se me grabó el nombre de Burne Hogarth, un ilustrador barroco
que mezclaba elementos del art-decó y del art-noveau. Tampoco olvido que la
última página del tabloide era la de El Príncipe Valiente, por lo que siempre
me ha acompañado la perfección de formas de aquel grande llamado Harold Foster.
No
mucho después descubrí que, mientras yo intentaba ser Buck Rogers, en mi país
había historietas que se oponían al gobierno. Pero ni una pitonisa hubiera
adivinado que me tocaría conocer a uno de los autores de aquel arte
comprometido y que pasaría jornadas aprendiendo de su magisterio.
A
finales de 1961, mi padre me animaba a presentarme en alguna revista con mis
dibujos. Así que, con varios bajo el brazo, me aparecí en Verde Olivo, donde me
recibió el reconocido dibujante Alfredo Calvo, quien me orientó hacia el
juvenil semanario Mella.
Con
el emblema de la Juventud Socialista, el Mella, en forma de pequeña revista,
había publicado 82 números durante la tiranía batistiana y, por la fecha de que
hablo, era el órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Por entonces tenía
sede en un viejo edificio de la calle Desagüe, en los números 108 y 110. En su
segundo piso, donde quedaban los departamentos de dibujo y diseño, me
recibió Virgilio Martínez, el dibujante que
con el seudónimo de Laura dio vida a “Pucho”, aquel perrito que en la
clandestinidad había orinado a Batista y ahora, después del triunfo
revolucionario, al tío Sam.
Yo
pensé que en el Mella me iban a decir que dejara mis dibujos y que después me
avisarían. Pero a la media hora de estar allí, ya Virgilio había puesto una
mesa al lado de la suya y me había dicho que aquel era mi puesto. Y fue como si
me prestara “las botas de siete leguas”, porque en unas semanas estaba
entintando lo que mi maestro trazaba a lápiz y, poco después, ya estaba dibujando
una página propia.
Mella
era un creativo y bullicioso semanario. Por aquellos días, con asombro, vi
aparecer maravillas de la experta mano de mi mentor: desde los primeros trazos
de Supertiñosa y del tuerto Botargh, hasta el escudo de la Unión de Jóvenes
Comunistas.
Al
lado de Virgilio aprendí la diferencia entre tener calidad y ser chapucero;
tuve noción de los estados de excelencia al que muchos aspiran y no todos
alcanzan. Bajo su tutela también descubrí que algunas de las aventuras que admiraba,
y muchas otras, eran obra de grandes talentos. Y que, como en otros oficios,
gracias a esos autores especiales era posible hablar de la historieta como
Arte.
Los
que tuvimos la suerte de estar cerca de él, sabemos que Virgilio Martínez,
además de magnífica persona, fue un gran artista. No había escena, por compleja
que fuera, que no apareciera velozmente de su mano. Nunca lo vi replantearse un
ángulo ni usar la goma de borrar. Era como si todo lo tuviera pensado, como si
hiciera bocetos en la mente. A lo sumo, al entintar, completaba la guía sutil
que a veces trazaba con lápiz azul. He conocido a otros excelentes dibujantes,
pero nunca volví a sentirme ante tanta seguridad y maestría.
“Tienes
que fijarte bien en todo”, solía decir. “Por ejemplo, dibuja un teléfono. ¿Te
acuerdas de cómo es un teléfono? Pues tienes que tener un teléfono en la
cabeza, con sus tres dimensiones, para poderlo dibujar desde cualquier ángulo.
Y eso mismo lo aplicas a todo lo demás.”
¿Qué
dimensiones tendría el inventario de objetos, caracteres y mundos que giraría
en la mente de Virgilio Martínez, gracias a su imaginación y a su memoria
fotográfica? ¿Con qué particular Universo estará viajando el infinito?
El
fin de esta historia quizá no sea el mejor, porque la dimensión de Virgilio
merecía que su pupilo se convirtiera, al menos, en su continuidad. Pero la vida
me haló en otra dirección. Sin embargo, al frente que trasladé mi aprendizaje
me llevé su espíritu autocrítico, su respeto por los destinatarios del trabajo
y algo de su modestia visceral.
A
principios de la década del 70 proliferaban en Cuba periódicos y revistas de
dibujos. Tiempo después, drásticas restricciones de papel volvieron nada aquel
florecimiento. No pocos buenos dibujantes vieron tronchado su trabajo y muchos
jóvenes, que empezaban a encaminarse, se sintieron frustrados.
El
Premio Ojalá 2012 de Historieta pretende mostrar que en Cuba hay excelentes
artistas de este género gráfico. La concurrencia que hubo a nuestro llamado lo
demuestra, y lo subrayan los dos premios que un jurado de excelencias
certificó.
Sirva
este esfuerzo para honrar la memoria de Virgilio Martínez --uno de los padres
de la historieta en Cuba-- y como aliento a los que dibujan y esperan publicar
en papel y/o en el éter.
Ojalá
sirva también para hacer ver que algunos sueños son posibles.
15 de mayo de 2013.
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