Muchas veces escuchamos a los adultos hablar sobre la
difícil tarea que implica la paternidad, cuando los cánones de vida han
cambiado y la independencia más que un premio a la confianza y a la sensatez,
ha devenido exigencia y reclamo de los jóvenes desde tempranas edades.
Precisamente, hace unos días escuché a una madre hablar
sobre la irresponsable actitud de su hija adolescente, quien a duras penas
culminó el 12mo grado este curso, y no logró aprobar los exámenes de ingreso a
la Educación Superior.
Lo peor, afirmaba, es que el único objetivo de su
primogénita era llevar una vida de ocio, que incluyera fiestas, novios,
discotecas, maquillaje, y por supuesto, lujos y comodidades.
En medio de aquel discurso lleno de angustia, la
señora dijo una frase que me impactó a tal punto que pasé el resto del día
reflexionando al respecto: “(…) no sé cómo ni cuándo pasó, pero la crianza
de mi hija se me fue de las manos”.
El caso no es único. Frases como esa se escuchan en
reuniones de padres, en conversaciones laborales y hasta en cualquier esquina
donde se junten dos cubanos de mediana o avanzada edad, quienes aseguran que en
Cuba “se han perdido los valores”
.
Tales aseveraciones se esgrimen de forma epidérmica sin analizar las causas del fenómeno y como consecuencia, no se tienen armas para entender o, al menos, canalizar lo que para ellos es un problema.
Tales aseveraciones se esgrimen de forma epidérmica sin analizar las causas del fenómeno y como consecuencia, no se tienen armas para entender o, al menos, canalizar lo que para ellos es un problema.
Nuestros abuelos y padres han sido protagonistas en la
edificación de un proyecto social revolucionario, por el que fueron capaces de
postergar muchos de sus sueños en aras de las necesidades colectivas de su
tiempo, razón por la cual intentan a toda costa que los más jóvenes asuman sus
mismas actitudes en un contexto que ya no es el mismo.
Asimismo, la dinámica de la época contemporánea ha
relativizado la moral tradicional con tendencia al hedonismo, a la satisfacción
de necesidades inmediatas y superficiales, y lo peor, esto ha sucedido ante los
ojos de aquellos, sin que hayan podido evitarlo.
A la hora de hacer estos análisis no tienen en cuenta
que las consecuencias del Período Especial y las influencias de un mundo
globalizado han propiciado que no pocos asuman “el vale todo” como brújula de
vida.
Lo que se califica como crisis de valores, según
sicólogos y sociólogos, no es otra cosa que la desconfiguración de los patrones
establecidos en relación con la moral, el pudor, el deber, los derechos, el
respeto y otras normas de convivencia.
A esto habría que agregar el divorcio, el incremento
de los hogares monoparentales, la convivencia de varias generaciones bajo un
mismo techo, entre otros, como causas de los cambios y modificaciones que ha
sufrido la familia en su estructura y funcionalidad, y podría ser en muchos
casos, la respuesta a por qué desde la raíz no exista una correcta formación de
valores y juicios.
La doctora Patricia Ares,
conocida especialista en el tema de la familia cubana, asegura que la
procedencia o no de una familia no tradicional no define quién eres o serás
como individuo ante la sociedad.
De igual manera, agrega que en un estudio sobre
familias funcionales con hijos activos en la participación social y padres
integrados, se pudo constatar que ello estaba determinado por el amor, el
respeto y la reflexión con los hijos: “Tenían rituales familiares, espacios
familiares, había tiempo para la familia. Y eso es lo que hay que defender para
contrarrestar las deformaciones”.
Dijo José Martí: “La casa es como un manantial
perenne, de donde se sacan fuerzas diarias y nuevas, siempre frescas; y siempre
poderosas para la batalla de la vida”. Cuando hagamos entre todos surtir ese
manantial, jamás se perderán nuestros hijos.
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