En
lo personal y en lo colectivo, la amnesia constituye una patología
caracterizada por la pérdida de identidad. En lo personal se traduce en
el olvido del nombre, la procedencia, el lugar donde se habita, los
recuerdos que eslabonan nuestra existencia, el conocimiento adquirido y
los sentimientos que alientan lo más íntimo del ser. Es un vaciado de
cerebro.
La desmemoria corroe, a otra escala, el sentido de una existencia que hemos compartido en el barrio, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la alegría, el dolor y el desaliento. Los recuerdos conforman un legado que se transmite a través de las generaciones en variadas narrativas que evocan las anécdotas del abuelo desaparecido, al álbum de fotos que recoge la imagen juvenil de nuestros padres y fija el rostro olvidado de los niños que alguna vez fuimos.
En la narrativa histórica, lo personal y lo colectivo se entrelazan y la visión del presente se amplía hasta encontrar los pasos perdidos en el pasado más remoto. La desmemoria se convierte así en una forma de castración. Por eso, la necesidad de preservar ese legado concita creciente preocupación.
Muchos se interrogan acerca del modo más eficaz de contar la historia. Valdría la pena recordar que la literatura precedió a la historiografía. Un señor conocido por el nombre de Homero relató la guerra de Troya a partir de la cólera de Aquiles y, más tarde, las aventuras sorprendentes de Odiseo en su regreso a Ítaca. Los recursos de la narrativa contribuyen a despertar el interés del destinatario.
Pero ese no es mi tema de hoy. Adultos al fin, pensamos en el modo de dirigirnos a los jóvenes, apuntalados en nuestro saber acumulado. Sería incitante, sin embargo, dar vuelta a la cámara y estimular a los jóvenes a centrar su mirada en el ayer y proyectarlo hacia el presente desde su propia perspectiva.
La editora Ocean Sur ha realizado un experimento en esta dirección. En su Colección Vanguardia, 60 años de Revolución en Cuba, ha publicado ocho libros de pequeño formato que abordan figuras de indudable relevancia histórica como José Martí, de Yusuam Palacios; Mella, de Yosvani Montano; Fidel y Che, ambos de Rodolfo Romero; Camilo, de Daniela Fernández; Celia, de Daily Sánchez; Haydée, de Ana María Cabrera, y Vilma, de Mónica Corrieri. El espacio no me alcanza para detenerme en cada uno de ellos. Todos responden a similar estructura. Una breve introducción, una cronología y una selección de textos en los que alternan lo documental y lo testimonial.
Prefiero centrarme en la figura de Vilma, por su trayectoria en la clandestinidad, en la Sierra, por su desempeño de avanzada en la construcción del socialismo y por la reciente conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Un lugar considerable en el texto ocupa una larga entrevista. Ahí está Vilma en primera persona, viviente y auténtica, narrando en tono familiar el proceso de su formación. Destinada al ejercicio de una carrera profesional, razones éticas la fueron implicando en la lucha revolucionaria hasta empeñar la vida en las más riesgosas acciones.
La brega por la creación de la Universidad de Oriente formó una verdadera comunidad de profesores y estudiantes. Libre de las ataduras que sujetaban al bicentenario centro de estudios habaneros, Santiago pudo integrar al claustro las personalidades del exilio español y se abrió a un amplio espectro ideológico. La formación en una carrera técnica no fue un obstáculo para que Vilma desarrollara una refinada sensibilidad artística. Pero el contexto social le imponía otras inquietudes. Al rechazo a los gobiernos corruptos se unió el brutal golpe de Estado de Fulgencio Batista. Involucrada en ese compromiso mayor, Vilma se adhirió al Movimiento 26 de Julio. El 30 de noviembre de 1956 ocupaba, junto con Frank País, altas responsabilidades.
El mismo hablar pausado revela indirectamente el rigor de un pensamiento que presidió las directrices fundacionales de la Federación de Mujeres Cubanas y los ajustes sucesivos a tenor de los cambios introducidos en la sociedad.
Para definir las tareas concretas, el respaldo conceptual dimana del conocimiento de la realidad del país, del análisis pormenorizado de la historia del movimiento feminista cubano y de las tendencias de avanzada dominantes en el mundo. De esa manera, la práctica se sustenta en una base científica. Los factores subjetivos y objetivos son asumidos en su integralidad y en su interrelación.
En efecto, la mujer cubana, en un contexto de subdesarrollo y cultura machista, había sufrido las consecuencias de la pobreza y la marginación. Era portadora, al mismo tiempo, de una tradición de lucha que germinó en las guerras de independencia, prosiguió durante la República neocolonial, con formas organizativas diversas y con la participación activa en acciones revolucionarias de los años 30, así como en el enfrentamiento a la dictadura de Batista en la Sierra y en la clandestinidad.
Con esos antecedentes, se dotó de oficios a las campesinas, se enfatizó en el acceso a altos niveles de educación y se acrecentó su presencia en cargos de dirección. Pudo entonces elaborarse nuestro primer Código de Familia.
En esa brevísima recopilación, volvemos a encontrar la voz de Vilma, cercana, íntima, viviente y, sobre todo, auténtica, traspasada por la visión de una joven autora que, desde su generación, habla para ella. Tiene presente los códigos comunicativos de quienes no vivieron en carne propia la lucha insurreccional, los días de Girón y de la Crisis de Octubre.
Para asegurar la continuidad de proyectos revolucionarios en tiempos difíciles, la narrativa histórica tiene en cuenta a los testimoniantes de ayer, pero ha de ser conocida también desde la perspectiva de los que ahora emergen, impacientes por levantar vuelo y asumir, con plena responsabilidad, el papel que les corresponde.
La desmemoria corroe, a otra escala, el sentido de una existencia que hemos compartido en el barrio, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la alegría, el dolor y el desaliento. Los recuerdos conforman un legado que se transmite a través de las generaciones en variadas narrativas que evocan las anécdotas del abuelo desaparecido, al álbum de fotos que recoge la imagen juvenil de nuestros padres y fija el rostro olvidado de los niños que alguna vez fuimos.
En la narrativa histórica, lo personal y lo colectivo se entrelazan y la visión del presente se amplía hasta encontrar los pasos perdidos en el pasado más remoto. La desmemoria se convierte así en una forma de castración. Por eso, la necesidad de preservar ese legado concita creciente preocupación.
Muchos se interrogan acerca del modo más eficaz de contar la historia. Valdría la pena recordar que la literatura precedió a la historiografía. Un señor conocido por el nombre de Homero relató la guerra de Troya a partir de la cólera de Aquiles y, más tarde, las aventuras sorprendentes de Odiseo en su regreso a Ítaca. Los recursos de la narrativa contribuyen a despertar el interés del destinatario.
Pero ese no es mi tema de hoy. Adultos al fin, pensamos en el modo de dirigirnos a los jóvenes, apuntalados en nuestro saber acumulado. Sería incitante, sin embargo, dar vuelta a la cámara y estimular a los jóvenes a centrar su mirada en el ayer y proyectarlo hacia el presente desde su propia perspectiva.
La editora Ocean Sur ha realizado un experimento en esta dirección. En su Colección Vanguardia, 60 años de Revolución en Cuba, ha publicado ocho libros de pequeño formato que abordan figuras de indudable relevancia histórica como José Martí, de Yusuam Palacios; Mella, de Yosvani Montano; Fidel y Che, ambos de Rodolfo Romero; Camilo, de Daniela Fernández; Celia, de Daily Sánchez; Haydée, de Ana María Cabrera, y Vilma, de Mónica Corrieri. El espacio no me alcanza para detenerme en cada uno de ellos. Todos responden a similar estructura. Una breve introducción, una cronología y una selección de textos en los que alternan lo documental y lo testimonial.
Prefiero centrarme en la figura de Vilma, por su trayectoria en la clandestinidad, en la Sierra, por su desempeño de avanzada en la construcción del socialismo y por la reciente conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Un lugar considerable en el texto ocupa una larga entrevista. Ahí está Vilma en primera persona, viviente y auténtica, narrando en tono familiar el proceso de su formación. Destinada al ejercicio de una carrera profesional, razones éticas la fueron implicando en la lucha revolucionaria hasta empeñar la vida en las más riesgosas acciones.
La brega por la creación de la Universidad de Oriente formó una verdadera comunidad de profesores y estudiantes. Libre de las ataduras que sujetaban al bicentenario centro de estudios habaneros, Santiago pudo integrar al claustro las personalidades del exilio español y se abrió a un amplio espectro ideológico. La formación en una carrera técnica no fue un obstáculo para que Vilma desarrollara una refinada sensibilidad artística. Pero el contexto social le imponía otras inquietudes. Al rechazo a los gobiernos corruptos se unió el brutal golpe de Estado de Fulgencio Batista. Involucrada en ese compromiso mayor, Vilma se adhirió al Movimiento 26 de Julio. El 30 de noviembre de 1956 ocupaba, junto con Frank País, altas responsabilidades.
El mismo hablar pausado revela indirectamente el rigor de un pensamiento que presidió las directrices fundacionales de la Federación de Mujeres Cubanas y los ajustes sucesivos a tenor de los cambios introducidos en la sociedad.
Para definir las tareas concretas, el respaldo conceptual dimana del conocimiento de la realidad del país, del análisis pormenorizado de la historia del movimiento feminista cubano y de las tendencias de avanzada dominantes en el mundo. De esa manera, la práctica se sustenta en una base científica. Los factores subjetivos y objetivos son asumidos en su integralidad y en su interrelación.
En efecto, la mujer cubana, en un contexto de subdesarrollo y cultura machista, había sufrido las consecuencias de la pobreza y la marginación. Era portadora, al mismo tiempo, de una tradición de lucha que germinó en las guerras de independencia, prosiguió durante la República neocolonial, con formas organizativas diversas y con la participación activa en acciones revolucionarias de los años 30, así como en el enfrentamiento a la dictadura de Batista en la Sierra y en la clandestinidad.
Con esos antecedentes, se dotó de oficios a las campesinas, se enfatizó en el acceso a altos niveles de educación y se acrecentó su presencia en cargos de dirección. Pudo entonces elaborarse nuestro primer Código de Familia.
En esa brevísima recopilación, volvemos a encontrar la voz de Vilma, cercana, íntima, viviente y, sobre todo, auténtica, traspasada por la visión de una joven autora que, desde su generación, habla para ella. Tiene presente los códigos comunicativos de quienes no vivieron en carne propia la lucha insurreccional, los días de Girón y de la Crisis de Octubre.
Para asegurar la continuidad de proyectos revolucionarios en tiempos difíciles, la narrativa histórica tiene en cuenta a los testimoniantes de ayer, pero ha de ser conocida también desde la perspectiva de los que ahora emergen, impacientes por levantar vuelo y asumir, con plena responsabilidad, el papel que les corresponde.
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