Esa aspiración empezó a materializarla al liderear, ese mismo año, la Protesta de los Trece, su bautizo político, donde denunció un turbio negocio que involucraba al gobierno de Alfredo Zayas.
Ya para entonces se había graduado de Doctor en Derecho Civil y Público, y se había nutrido de ideas revolucionarias, progresistas y antimperialistas en el bufete del antropólogo cubano Fernando Ortiz, de quien llegó a ser su secretario particular, y a través de la relación con intelectuales comprometidos como Pablo de la Torriente Brau y Emilio Roig de Leuchsenring.
De la Protesta de los Trece surgió su vibrante Mensaje Lírico Civil, en el que Rubén clamaba por (…) una carga para matar bribones,/ para acabar la obra de las revoluciones;/ para vengar los muertos, que padecen ultraje,/ para limpiar la costra tenaz del coloniaje;/ (…)
No se limitó, sin embargo, a pedir esa arremetida necesaria, sino que quiso sumarse a ella mediante su participación en organizaciones como la Falange de Acción Cubana, el Grupo Minorista y el Movimiento de Veteranos y Patriotas. Pero no fue hasta su encuentro con Julio Antonio Mella que su rebeldía halló verdadero cauce, cuando al vincularse con la Universidad Popular José Martí se puso en contacto con los trabajadores y sus luchas, y se sumó a ellas.
La historia recogió la apasionada defensa que hizo Rubén del joven universitario y comunista, quien sostenía una huelga de hambre como prueba de su injusto encarcelamiento, acusado falsamente de terrorista por Gerardo Machado.
En la casa de un ministro del gobierno se produjo el “encontronazo” entre Machado y el joven abogado, que había acudido allí con el propósito de interceder por Mella y lograr que se autorizara su excarcelación bajo fianza.
El diálogo se fue caldeando y llegó un momento en que el tirano exclamó colérico: “(…) a mí no me ponen rabo, ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas… ni Mella. ¡Y lo mato, lo mato!…”, profirió, mientras sus acompañantes lo trataban de llevar hacia el auto.
Poco después, al relatar el enojoso incidente a Pablo de la Torriente Brau y a Fernando Ortiz, Rubén utilizó un calificativo que le vino como anillo al dedo al sátrapa: “Es un salvaje, un animal, una bestia…, un asno con garras”.
En 1927 Villena ingresó al Partido Comunista, un año más tarde integró su Comité Central y luego, se convirtió en la figura principal de la organización, tras la muerte de Mella, aunque nunca apareció oficialmente así por considerar que un intelectual no debía aparecer como el máximo dirigente partidista. Fue designado asesor legal de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, de la cual llegó a ser también líder.
Obligado a abandonar el país por la amenaza de ser asesinado, y para cuidar de su salud quebrantada por la tuberculosis, viajó a Moscú, donde trabajó en la Sección Cubana de la Internacional Comunista. No obstante, al saberse herido de muerte y deseoso de pelear hasta el último aliento junto con su pueblo, regresó a Cuba.
Su actitud ante la poesía se había transformado a la par de su entrega a la causa revolucionaria. Así se lo confesó al amigo Raúl Roa: “Mi visión del mundo ha cambiado. Sin embargo, amo la belleza aún más que antes. Pero ahora sé que sin justicia y pan, la belleza es un remordimiento, un gravamen de conciencia… Por eso he consagrado mi vida a luchar por la justicia, el pan y la belleza… No haré un verso más como esos que hice hasta ahora. No necesito hacerlos ¿Para qué? Ya yo no siento mi tragedia personal. Yo ahora no me pertenezco. Ya ahora soy de ellos (de los obreros, de los humildes) y de mi Partido”.
Sobreponiéndose al mal que lo aquejaba fue capaz de encabezar la huelga general revolucionaria que dio al traste con la tiranía machadista el 12 de agosto de 1933. Un mes después presidió la despedida a las cenizas de Mella, traídas desde México.
El deterioro creciente de salud no le impidió dirigir desde su lecho de enfermo las reuniones del Partido y organizar el IV Congreso Nacional Obrero de Unidad Sindical, durante cuyas sesiones falleció el 16 de enero de 1934.
En el salón de actos del actual Centro Cultural Palacio de los Torcedores se velaron sus restos mortales. Allí acudieron miles de trabajadores para rendirle postrer tributo, entre ellos, los delegados al Congreso Obrero.
Poco antes de su partida física, cuando el fin ya era inminente, Loló de la Torriente, hermana de Pablo de la Torriente Brau, escribió de Rubén estas hermosas palabras: “(…) No hablaba con el dolor del que siente que la vida se le va, sino con la elocuente convicción del que sabe que el hombre pasa, las situaciones cambian y sólo queda, renovándose eternamente, el pueblo”.
(Tomado de Trabajadores)
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